Cambio de guardia
Fábula del Gobierno autómata
A cambio de divertir a la clientela, al político le garantiza el autómata centuplicar su alcancía

Michelet se refiere a él como «el último de los filósofos», término éste que, en los usos léxicos de su siglo, significa «el último de los ilustrados». Jean-Antoine Nicolas Caritat, marqués de Condorcet, fue el puente explícito entre los enciclopeditas y la Revolución Francesa.
Fue también el autor de un texto festivo, cuya lectura parece estarnos dedicada más a nosotros que a sus lectores de 1790, y que él titula ‘Carta de un joven mecánico’: descripción de la ventajosa suplencia con la que un autómata podría asumir la, en general bastante odiosa, actividad de los que gobiernan. Recuerdo su nudo argumentativo: «Este autómata cumpliría a la perfección todas las funciones del Estado», ejecutivas como legislativas, administrativas como simbólicas. Con una inmensa ventaja: «mi autómata» -sigue Condorcet- «no sería peligroso para la libertad. Y, además, reparándolo y manteniéndolo a punto con mimo, podría incluso ser eterno», ventaja nada menor para la estabilidad de un régimen. Siendo, por añadidura, ‘infalible’, en tanto que máquina matemática, por definición: lo cual no es pequeña cosa.
El tiempo, que todo lo trastrueca, es, ante todo, un perverso bromista. Magistral, también. Y lo que Condorcet pretendiera fábula, nos aparece hoy como realidad consumada. ¿Qué función ejerce un gobernante en el siglo XXI? ¿Ejerce, de verdad, función alguna? ¿O no es, más bien, el anacrónico ornamento de un autómata que nada gana con su intervención y que, si sigue pagando su peculio, es sólo para que el teatro, que tanto divierte a la multitud, se perpetúe?
¿Dónde reside hoy el mando? ¿En el gobierno? ¿En el parlamento? ¿En las administraciones? Las últimas elecciones estadounidenses nos dieron la clave, cuando el sujeto al cual se atribuye el mayor poder político, económico y militar del planeta fue silenciado -esto es, borrado- por los propietarios de una privada red social, twitter, que pasaron a suplir su hegemonía directa en el ajedrez mundial. Frente al infalible Gran Autómata Facebook-Twitter-Google, el humano Presidente de los Estados Unidos quedó en un juguete roto.
Que lo mismo puede hacerse con cualquier político en cualquier rincón del planeta, basta un repaso a la mecánica material de nuestras sociedades para constatarlo. No hay hoy una sola instancia crítica que no esté ya regida por algoritmos informáticos, todos los cuales dependen sólo de ese vértice robótico que centraliza la red virtual. Ni ejércitos, ni hospitales, ni centrales energéticas, ni centros de enseñanza, ni abastecimientos básicos se mantendrían en pie más de unas horas, privados de la nube digital que todo lo sostiene. Todo.
A cambio de divertir a la clientela, al político le garantiza el autómata centuplicar su alcancía. En muy pocos años. Con la única condición de que no haga nada. Y sea sólo un Caudillo.
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