Liceo, un icono barcelonés a la deriva
El que fuera buque insignia de la lírica afronta su crisis más profunda: cerrado por un ERE, sin director general y con el director artístico con un pie en Madrid
Liceo, un icono barcelonés a la deriva
Las cosas no se podían haber hecho peor. Después de que en 1999 el Gran Teatre del Liceu renaciera feliz de sus cenizas a las que lo redujo un lamentable incendio en 1994, todo parecía marchar sobre ruedas. La sociedad civil catalana -y española entera- ... se volcó en esa reconstrucción y aplaudió la rápida reinauguración. Los abonados subieron de los 6.000 a casi 20.000. El Liceu vivía un éxito que se traducía en funciones con localidades agotadas y en unos presupuestos públicos destinados a culturas de los más altos de toda España. Hoy el panorama es bien distinto.
Los tijeretazos a su presupuesto han pasado factura, unidos a una gestión más que discutible. Con el teatro cerrado hasta el 24 de septiembre por un ERE tan mal planteado que incluso se dice que las administraciones no asumirán, sin un director general que lo gestione -ya que a su último capitán, Joan Francesc Marco, no se le renovó el contrato que expiró en julio- y sin director artístico debido a que Joan Matabosch, quien hoy ostenta el cargo, acaba de ser fichado en Madrid, el panorama no puede ser más desolador.
El hecho de que a las fuerzas políticas catalanas y del gobierno central les importa muy poco la cultura queda patente en la reciente historia de este coloso de la ópera internacional que están dejado agonizar a la buena de Dios. Con Marco a la cabeza comenzaron los recortes presupuestarios, tantos que hoy el Liceu recibe alrededor de un 30% menos que hace un lustro, una disminución que ahoga al coliseo en todos los aspectos, también al departamento de mantenimiento, ya que el edificio ha ido envejeciendo tecnológicamente y fisicamente desde su repertura hace ya casi quince años.
Primero se optó por eliminar la programación complementaria de la temporada; después se redujo la producción audiovisual, no se renovaron contratos y se facilitaron jubilaciones. Finalmente se intentó eliminar parte de la programación ya presentada y parcialmente vendida, retractándose más tarde y dejando al Liceu a la altura de un teatro tercermundista. Pero a los políticos poco les importó. Nada, más bien. A pesar de estos gravísimos problemas la programación se mantuvo casi incólume, pero en las temporadas sucesivas no tardó en verse reducida en cantidad, eliminando óperas de los abonos y manteniendo los precios, es decir, subiendo el costo de las localidades.
Una de las últimas tareas encomendadas a Joan Francesc Marco -además de continuar con diversas políticas tendientes a reducir la plantilla de trabajadores- fue la de modificar la estructura administrativa y el organigrama del teatro. Y nació la figura del presidente del Patronato, a imagen y semejanza del que posee el Teatro Real de Madrid, una personaje nacido sobre todo para evitar injerencias políticas en la gobernabilidad del coliseo y para recabar fondos.
La elección no recayó en un miembro destacado de la sociedad civil, sino un político retirado, Joaquim Molins, quien ahora tiene esta bomba de relojería en sus manos. Los casi 400 profesionales que dan vida al Liceu han vivido en carne propia esta decadencia, y la tensión y el mal ambiente de trabajo han sido una constante las últimas temporadas.
Es de esperar que en medio del huracán nacionalista, que ante la poca sensibilidad demostrada tanto por la Generalitat y el Ayuntamiento barcelonés como por el Gobierno de España en todos estos años de recortes continuados, Molins pueda cambiar de rumbo, aprenda de la experiencia y confíe en profesionales de la industria operística internacional para salir de este atolladero en el que está sumida una de las instituciones más reconocidas a nivel internacional de Barcelona, de Cataluña, de España y de Europa.
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