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Protestas en Gamonal: vecinos de día, violentos de noche
La presencia de jóvenes tapados por capuchas y pañuelos radicaliza las protestas en el barrio burgalés de Gamonal. ABC se introduce en una de ellas
i.j.
Capuchas sobre las cabezas y pañuelos o buzos estirados hasta las pestañas. Apenas se les ven los ojos. Es el uniforme institucionalizado entre los jóvenes de Gamonal , el barrio burgalés en pie de guerra desde el pasado viernes en contra de las obras ... para convertir en bulevar la calle Vitoria . Pero ésa ha sido sólo la chispa para prender una mecha. Un cúmulo de protestas se acumulan en las reivindicaciones. «La revolución empieza en Gamonal», corean los manifestantes entre los diversos gritos de guerra. Ellos mismos dicen que la obra de la polémica -tiene opositores, pero también muchas la apoya pese a que apenas se atreven a hablar- es un ingrediente más de la lucha.
Es sobre todo al cobijo de la oscuridad de la noche cuando la situación se calienta en la olla a presión y se radicaliza. Los más jóvenes son la clave en los disturbios . Con apenas 15 años -a la cabeza de la pancarta chicos que a duras penas alcanzan la mayoría de edad según se puede intuir en sus miradas, lo único visible-, uno apremia a sus amigos. «¿Cuándo cogemos las piedras?», insta a sus compañeros justo tras otra jornada de manifestación desde la zona cero de la polémica hasta la Comisaría de Policía para pedir la libertad de los detenidos por los altercados.
Pese a las ganas de bronca del adolescente, de momento, la tensión contenida se logra sostener. Pero unos minutos más tarde, cuando la multitudinaria protesta está casi disuelta y sólo unos dos centenares de jóvenes siguen a pie de obra y los petardos ya han ido ambientado la noche en la calle Vitoria , empiezan a arrastrar las primeras vallas de obra, en el suelo desde el primer día. Es ver la presencia de los antidisturbios y agitarse los ánimos. Bromean y apuestan incluso sobre cuántas «lecheras» lograrán movilizar esa noche y la siguiente. Bancos y vallas cruzadas en la calle a modo de barricada, contenedores arrastrados, señales en el suelo, lanzamiento de piedras contra los agentes, lunas de bancos reventadas... Los acontecimientos se precipitan de nuevo. Y cuando todo parece que vuelve de nuevo a la calma -siempre tensa a esas horas de la noche-, otra vez el fuego. Esta vez la caseta de los obreros de la obra que apenas lograron trabajar jornada y media y alguno de los pocos contenedores de la zona que sobrevive son pasto de las llamas. La Unidad de Intervención de la Policía (UIP) realiza una pequeña carga. Carreras y más detenidos al calabozo entre el jaleo de los manifestantes a pie de calle y desde los balcones agitando la protesta al son de las cacerolas.
«Se han hecho manifestaciones pacíficas y no nos han hecho ni caso», apuntan Mikel y Álex, dos jóvenes con gorro y braga sobre sus rostros, como el resto de sus compañeros, para quienes las protestas violentas son la «única manera de que se les escuche». Justifican los altercados, el ataque a los bancos y «todo lo que es público». «Prefiero pagar los desperfectos y no la millonada de la obra», reconocen justo antes de que un amigo se siente incomodado por la presencia de ABC. Insultos también contra la Prensa, otra de las dianas preferidas de sus quejas y consignas de protesta.
Pero no todos comparten los modos que han puesto a Burgos en el punto de mira. «No estamos de acuerdo con la violencia», afirman Iván, Losang y Pablo, tres jóvenes presentes en la manifestación, pero que reconocen que los altercados «han sido útiles» ya que «ha causado lo que quería, llamar la atención» y parar las máquinas. «No es momento para pagar obras porque no hay dinero» critican estos tres jóvenes, quienes cuestionan también el proyecto ya una calle de cuatro carriles se quedará sólo en dos y «va a quitar muchas plazas de aparcamiento» en una calle en la que está institucionalizado el estacionamiento en doble fila todo el día.
El poso político está en buena marte detrás de las protestas, con el alcalde, el popular Javier Lacalle , objetivo de las críticas. «Si tengo deudas en mi casa, no me meto en obras», asegura otra manifestante, convencida de que «la unidad hace la fuerza». «Es un pitorreo». Entre los comerciantes, disparidad de opiniones, aunque al igual que en la calle es difícil lograr que la gente hable y mucho más que lo hagan quienes respaldan la remodelación de la vía.
Un hombre que lo hace en plena calle se lleva los insultos y reproches de los concentrados, que desde primera hora de la mañana hacen turnos en esta zona cero de los disturbios y la polémica para impedir que las máquinas entren. Carlos, al frente de otro comercio, afirma tajante que ve «muy mal» las protestas. «No son las maneras. Parecía el Líbano», subraya, convencido de que el proyecto «tienen que hacerlo, pero bien», con más plazas de aparcamiento, aunque lamenta que «ahora que el Ayuntamiento viene a gastarse dinero, le echamos a patadas». Por la noche, cuando llegan los más jóvenes, la protesta adquiere otro tinte imposible de predecir horas antes, pero hasta el momento siempre con final violento.
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