panorama
Pepe Dámaso, universal
Su nuevo status octogenario no va a ser óbice para que continúe con su evolución como artista y mantenga esa pasión que siente por la cultura
En un artículo publicado hace unos días en «La Vanguardia», bajo el título «¿De dónde soy?», el profesor de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona, Francesc de Carreras, decía que él no dependía del lugar de su nacimiento y calificaba como de «bien ... supremo la protección de la libertad propia y la de los demás». Este artículo, estoy seguro, lo firmaríamos cualquiera de nosotros.
Y, por supuesto, mi buen amigo José Dámaso Trujillo (Agaete, Gran Canaria, 1933), conocido en el mundo del arte como Pepe Dámaso. A sus ochenta años recién cumplidos, Pepe tiene más que superado ese complejo de ombliguismo territorial que suele entretener a algunos en edades tempranas de la vida. Y es que él tiene ganado, por méritos propios, la condición de artista universal.
A los que le queremos y respetamos, nos da igual su lugar de su nacimiento. Nos da lo mismo que haya nacido en Agaete o en Chimirche; que sea canarión o chicharrero, o que haya elegido para vivir La Isleta, el Barrio del Toscal, o cualquier otro lugar de nuestras siete islas. Porque el título de universal lleva implícita la consideración de casi todos los habitantes de este planeta, en general y, de manera particular, la de los que vivimos en estos farallones que, desde hace muchos años, ya considerábamos a Pepe como patrimonio de Canarias. Y es que es muy difícil en estos momentos encontrar por ahí algo más canario que el arte de Pepe Dámaso.
En 1992 tuve el honor de colaborar con Pepe en un proyecto que, por su magnitud global ilusionó a mucha gente: la Exposición Universal de Sevilla (EXPO´92). Su condición de director artístico de nuestra representación en aquella «Isla Mágica», me permitió conocer su calidad personal —la artística ya la había reconocido hacía tiempo—. Con él compartí muchas horas de trabajo y, como no, algunas de ocio en aquella terraza del Restaurante El Cairo, en Reyes Católicos, frente al Guadalquivir, donde casi todas las noches nos reuníamos con amigos como Vicente Blanco, Pedro Bordes, Lola Cossio y algunos otros con distintas responsabilidades en el pabellón. Y recuerdo como en esas largas conversaciones, Pepe siempre nos hablaba de su amor por las islas en su conjunto, sin manifestar preferencia por alguna de ellas.
A sus ochenta años, Pepe Dámaso nos anuncia que continuará con aquel mismo espíritu de lucha imaginativa que lo convirtió en el prolífico artista universal que hoy todos reconocemos. Nos ha dicho estar dispuesto a «comerse el mundo» y a «morir con las botas puestas». Y no tengo la menor duda de que así será. Su nuevo status octogenario no va a ser óbice para continuar su evolución como artista y para mantener esa pasión que siente por la cultura. Es un privilegio poder seguir disfrutando con su arte.
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