POSTALES
Un tribunal que sobra
Si me preguntaran cuál es la reforma más urgente en España, respondería que la del TC
José María Carrascal
No bastándonos con la crisis, la corrupción y el desprestigio de la clase política, nuestra Justicia vuelve a hacer agua. El Tribunal Constitucional es incapaz de ponerse de acuerdo sobre la última declaración soberanista del Parlamento catalán. Unos magistrados dicen que tiene valor jurídico y ... por tanto tiene que ser rechazada, mientras que otros sostienen que se trata de una cuestión política, por lo que no deben pronunciarse sobre ella. Tuertos como están, son incapaces de ver que la declaración del Parlament une ambas cosas, al considerar a Cataluña «sujeto jurídico y político soberano».
Aunque la culpa no es suya. Ellos hacen lo que suponían de ellos los partidos que los eligieron para el cargo. Esa es la madre de todos los males que afligen a nuestra democracia: la partitocracia, o dictadura de partidos, que envenena nuestra entera vida pública.
Si me preguntaran cuál es la reforma más urgente en España, respondería que la del Tribunal Constitucional. Aunque no me limitaría a reformarlo. Sencillamente, lo eliminaría. ¿La razón? Muy simple: crea más problemas que los que resuelve. Y los crea por no ser realmente un tribunal, sino una última instancia, política más que jurídica, de las decisiones judiciales. Ese es su mayor pecado, que lleva a cada uno de sus miembros a juzgar los asuntos que les llegan según el punto de vista ideológico más que estrictamente legal. Y como esa es una afirmación muy grave, expongo mis razones: de entrada, no está compuesto en su integridad por auténticos jueces, sino que se han introducido en él «juristas de reconocido prestigio», catedráticos en su mayoría, que serán todo lo prestigiosos que quieran, pero están anclados en una determinada doctrina, como suele ocurrir en las cátedras. Luego, han sido elegidos, y por tanto contaminados, por los partidos, lo que les liga a ellos, incluso sin querer, cuando justicia y política no pegan ni con cola. Por último, como resulta inevitable andando envuelta la ideología, sus debates son interminables, superando en muchos casos los de la justicia ordinaria, que ya es decir. En resumen, que más que un tribunal constitucional tenemos una rémora a nuestra constitucionalidad, dicho sea con todo respeto.
Solo una vez, cuando se opuso, por encima del criterio partidista, a un estatuto catalán que no encajaba en la Constitución ni con fórceps, nuestro Tribunal Constitucional ha estado a la altura de las circunstancias. En el resto, se ha limitado a dar tumbos, llegando en algunos casos a tomar decisiones, como en la legalización de Bildu, que, en mi opinión, modesta aunque compartida por la mayoría de los españoles, era clamorosamente errónea. Ahora resulta que no es capaz de ver la inconstitucionalidad de una resolución parlamentaria más clara que el agua. De ahí que lo mejor que podríamos hacer es imitar a la democracia más antigua, la norteamericana: tener solo un Tribunal Supremo, que hace de Constitucional, con lo que se ahorran muchos problemas.
A nuestra democracia le faltan todavía doscientos años para llegar a ello. Si llega.
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