Llanto por tres legionarios

En esos colectivos prevalece el sentido del honor que hace de sus miembros gentes ejemplares en la inmensa mayoría de los casos

ISABEL SAN SEBASTIÁN

EN Viator, su acuartelamiento y de algún modo también el mío, puesto que me abrió sus puertas hace unos meses para brindarme el privilegio de jurar allí la bandera de España, han muerto tres legionarios. Tres soldados ejemplares. Tres hombres de honor que sirvieron a ... sus compatriotas allá donde el peligro es más elevado, sin otra pretensión que cumplir con su deber ni gloria mayor que la de saberse dignos del uniforme que vestían.

Antonio Navarro llevaba veintiséis años en el Ejército y había participado en misiones en Bosnia, Kosovo, Líbano y Afganistán. El también brigada Manuel Velasco, otro veterano con más de un cuarto de sigo de antigüedad en filas, experto, como su compañero, en salvar vidas a costa de arriesgar la suya desactivando explosivos, había estado en las mismas guerras, cambiando la vieja Yugoslavia por el Congo. Y el sargento José Francisco Prieto, nacido en 1979, que se alistó apenas alcanzada la mayoría de edad, tenía una experiencia similar aunque más corta.

En un país de protestas y manifestaciones constantes, seguramente justificadas aunque profundamente insolidarias hacia quienes las padecemos con similar grado de crispación, sin culpa ni capacidad de reacción alguna, ellos jamás alzaron la voz para protestar. Rindieron tributo a ese Credo que lleva al legionario a no quejarse de hambre, fatiga, sed, dolor o sueño, a arrastrar y cavar, a jugarse el pellejo y trabajar en lo que le manden.

En un país en trance acelerado de disolución, donde prolifera el «sálvese quien pueda», los localismos prevalecen sobre la Historia común y las taifas reviven lo peor de nuestro pasado, ellos no conocieron otra Nación que España, cuyo nombre enaltecieron en todos los lugares a los que les condujo la vocación de servicio que guiaba sus pasos.

En un país que se revuelca en escándalos de corrupción a cual más hediondo, donde se desvían a bolsillos privados millones de fondos públicos destinados al desempleo y hay políticos que compensan sueldos parlamentarios de tres mil euros con generosos «gastos de representación» del partido, porque consideran esa retribución insuficiente con arreglo a sus méritos, ellos se ajustaban al salario medio, tirando a bajo: mil euros de sueldo con cuatro trienios a las espaldas en casa, incrementados en el doble de esa cantidad en concepto de dietas durante las operaciones en escenarios de guera; mil novecientos euros los brigadas con tres décadas de servicio, más cerca de tres mil en dietas limitadas a los meses de participación en misiones de alto riesgo. No les movía el dinero, es evidente. Hay formas mucho más rápidas y desde luego más seguras de hacerse rico en esta España ingrata, mezquina, pusilánime, que premia la picaresca y el fraude en la misma medida perversa en que desprecia el heroismo.

Es cierto que las encuestas señalan a las Fuerzas Armadas como la institución más y mejor valorada por los españoles, lo que constituye una señal de cordura por parte de una sociedad que asiste atónita al deterioro de todos los pilares que sostienen nuestra democracia, con alguna notable excepción como la del estamento militar y los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. En esos colectivos prevalece aún el sentido del honor que hace de sus miembros gentes ejemplares en la inmensa mayoría de los casos. Gentes como Antonio, Manuel y José Francisco. Tres entre tantos que «no quisieron servir a otra Bandera, no quisieron andar otro camino, no supieron morir de otra manera...».

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