EL BÚNKER DE HITLER

La tumba de hormigón del Führer

No hubo honor en la muerte del Tercer Reich, como tampoco lo hubo en su nacimiento ni en los años de su atroz existencia. A finales de febrero de 1945, con Europa hecha cenizas, Adolf Hitler descendió a su último refugio: un colosal búnker subterráneo ubicado en los jardines de la Cancillería

Allí, entre pasillos saturados por el hedor persistente del diésel, la orina y el sudor humano, se apagó la figura del hombre que había doblegado a Francia y se había burlado del continente. En aquel cubil asfixiante llamado 'Führerbunker', y bajo una gloria fingida, terminó ... el delirio que había teñido de sangre medio mundo.

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Construir el leviatán

No fue cosa de una semana; el alumbramiento de la fortaleza de Hitler bajo las calles de Berlín arrancó mucho antes. Joachim Fest, autor de 'El hundimiento', sostiene que fue en 1933 cuando el Führer ordenó «hacer una serie de reformas en la Cancillería» que incluyeran «la construcción de un subterráneo tipo búnker». Tardaron un poco en cumplir sus deseos. Tres años después, se edificó bajo el salón de actos ubicado en los jardines un refugio antiaéreo que, en los meses posteriores, y cuando se levantó la nueva Cancillería, fue ampliado.

Tras el estallido de la guerra en 1939, se construyó un túnel que conectó los suburbios de la sede del gobierno con este refugio, bautizado como 'Vorbunker'.

Sus discretas dimensiones se mostraron insuficientes para un Hitler al que el desastre del Reich en Moscú sumió en el escepticismo. Así, en 1941, el Führer encargó construir otro refugio más amplio y profundo.

Su arquitecto personal, Albert Speer, tomó la decisión de levantarlo a continuación del 'Vorbunker' y utilizar este como una suerte de antesala o 'Antebúnker'. El complejo por edificar sería lo que hoy conocemos como 'Führerbunker', y se determinó que estaría formado por una veintena de habitaciones cubiertas por entre 2,2 y 4 metros de hormigón.

Las obras comenzaron ese mismo año y, como demuestran las imágenes tomadas por los Aliados tras su conquista, continuaban en 1945.

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Antesala (Vorbunker)

No abundan los testimonios de primera mano sobre este complejo subterráneo. Uno de los más fiables es el de Hugh Trevor-Roper, el cronista enviado por el gobierno británico para dar cuenta de los últimos días de vida del régimen de la esvástica. En su informe posterior, el también historiador confirmó que al 'Vorbunker' se accedía desde el recibidor de la cocina de la nueva Cancillería. Tras un laberinto de túneles, una puerta hermética llevaba a la guarida de hormigón.

Los redactores de 'After the battle', que visitaron el búnker antes de que fuera demolido, afirman en 'La última visita al escenario del suicidio del Führer' –editado en español por ABC en los años 80– que la entrada daba acceso a un corredor del que salían doce habitaciones «del tamaño de un armario grande de pared». Seis a cada lado. «Se empleaban para ocupar los ratos de ocio y como alojamiento del servicio», añaden.

En ellas, confirma Trevor-Roper, se amontonaban «los más diversos objetos», se acomodaban los criados y se situaba la 'Diätküche', la cocina en la que se preparaban los platos vegetarianos del Führer. La chef, Konstanze Manzialy, se contaba entre las mujeres más apreciadas del dictador.

Otros de los habitáculos sirvieron, además, de depósito de equipajes, cantina, bodegas y despensas. Todo dependía de las necesidades del momento. Las paredes estaban huérfanas de decoración, lo que, junto con unos techos bajos, aumentaba la sensación de claustrofobia.

El final del corredor principal era utilizado como comedor por los soldados y daba acceso a una escalera por la que se bajaba al 'Führerbunker'.

Cartel: Edificio de oficinas exclusivo para miembros de la Cancillería del Reich

La guarida (Führerbunker)

Fue en este segundo piso, más profundo si cabe, donde Hitler y sus íntimos hampones hicieron vida durante los estertores del Reich. Tras descender, el visitante se topaba con un pequeño recibidor que custodiaba una puerta acorazada. Detrás de ella, se extendía un complejo que, en palabras de Trevor-Roper, contaba con «18 habitaciones, todas ellas pequeñas e incómodas, y un pasillo central» que dividía en dos la estancia.

En líneas generales, las descripciones que aporta el británico coinciden con las que ofrecieron los servicios de inteligencia soviéticos en un dossier elaborado para Iósif Stalin tras la Segunda Guerra Mundial. «No se podía soñar con un contraste mayor que el existente entre la enorme amplitud de los salones de la nueva Cancillería», añade el británico.

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Una vez fuera, los cadáveres fueron introducidos en un hoyo y quemados con los dos centenares de litros de gasolina que habían sido extraídos de los coches del párking de la Cancillería. Las crónicas afirman que su tumba fue un socavón provocado por una bomba. Sin embargo, las imágenes parecen indicar que era una zanja excavada por los obreros. Tras ser hallados, en mayo de 1945, los restos fueron enterrados de forma provisional en un bosque cerca de la ciudad alemana de Rathenow. El objetivo era evitar que su lugar de descanso eterno se transformara en un centro de peregrinación. A partir de ahí iniciaron un periplo por media Europa.

Créditos

  • Texto: Manuel P. Villatoro

  • Infografía: Julián de Velasco, Javier Torres y Marcos Jiménez

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