LA MOSCA EN LA SOPA
Si el teatro es un espejo de la sociedad, ¿hay que culparle de que refleje un rostro con defectos? Con «La torna» ocurrió en 1978 lo de tantas veces: se prefiere estigmatizar a quien señala que algo va mal en vez de solucionar lo que no funciona; la culpa es del bufón o del mensajero, ese enemigo del pueblo. La provocación es un valioso y saludable elemento del juego teatral, la mosca en la sopa que nos avisa de que algo huele a podrido en Dinamarca, la mueca que araña la sonrisa complacida. Con la Transición apenas balbuciente, en unos momentos de vista gorda y silencio precavido cuando no temeroso sobre determinados asuntos, la prohibición de «La torna» evidenció que no todo iba sobre ruedas; tres años después -¡se sienten, coño!- se vio que el monstruo todavía agitaba sus tentáculos. Albert Boadella, un genio teatral, un tipo incómodo para los poderes, ha conseguido, junto a un portentoso grupo de colegas, que la provocación sea una de las señas de identidad de Els Joglars. ¿Cómo nos presentarán hoy el montaje de aquel montaje legendario? ¿Con qué ojos lo veremos? Ha dicho Calixto Bieto, otro tipo necesario, que «no se puede entender el presente sin entender el pasado». Seguro que «La torna de la torna» nos ofrecerá claves sobre aquellos momentos, pero más valiosas serán aún las que nos aporte sobre estos. Atentos al espejo.
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