Verónicas de seda como toda razón

Sobre el aleteo del capote de Cepeda por verónicas se sostuvo toda la corrida. O casi. Lances de seda que labraban el albero y sembraban el aire de oles y esperanzas. Alegre la embestida del toro en la salida y campanillas de ilusión por los remates abajo en los burladeros. Surgió el toreo caro y resurgió en un quite. Fernando Cepeda mecía y medía las arrancadas. Esperó en una verónica por el pitón izquierdo y bordó dos por el derecho. La media no abrochó porque el bicho perdió las manos, y luego, el fuelle, el alma y la bravura desaparecieron.
CORNADA FEA
Cepeda nos estiró el corazón, encogido tras la cornada de Ignacio Parra en el toro anterior, el segundo, un marrajo. Bregaba Parra en el tercio de banderillas y se le venció toda la mole sobre el cuerpo. No había hecho nada bueno el pupilo de El Ventorillo —¡vaya corrida deslucida!— desde que apareció. Derrotes arriba, genio, navajazos. Todo a contraestilo de Pepe Luis Vázquez. Su nombre siempre da pie a la evocación como refugio.
Un día, el hijo de uno de los toreros más grandes que haya parido la tauromaquia del siglo XX enamoró a las aficiones de Madrid y Sevilla, Sevilla y Madrid, con una naturalidad pasmosa y un concepto exquisito. Pero el amor se difuminó con los desencuentros y las tardes apáticas. Hoy, veinte años después de la alternativa, no se vislumbra ni un rayo de sol que alargue la eterna espera. Demasiada oscuridad. José Luis debe ser consciente de que su nombre y su apellido merecen ya un punto final. Y lo escribo con todo el cariño del mundo y, por supuesto, con un respeto terrible hacia la figura del padre, Sócrates de San Bernardo, dios rubio del toreo: ¿para cuándo un monumento en Sevilla?
Ante el cuarto todo fueron dudas. Otro desarme con el capote, como en el primero, otro suspiro. Ahora brotaron los pitos. El toro parecía que valía para más. Pero así es difícil valorarlo. Desde luego, la cosa no dio pie, ni fundamentó, a la ovación en el arrastre, castigo para el torero.
Vilches tomó la alternativa con un toro serio que había saltado al callejón. Quizá por el brinco o por un puyazo en el brazuelo quedó dañado. El toricantano, que apunta hacia el toreo de poderoso, bajaba demasiado la mano, forzaba en exceso a un enemigo justo que acabó rajado después de echarse. Algunos pasajes diestros y los largos pases de pecho tiraron de las palmas.
MANSEÓ TODO Y MÁS
El sexto manseó todo y más, a pesar de que derribó con estrépito. Se emplazó de salida y Vilches acudió a buscarlo con valor y decisión a los medios para lancear con vibración. Arreaba el manso todavía en banderillas. Los dos pares de Jiménez tuvieron un mérito tremendo, porque aquello iba como un obús. Pero de ahí a tocar la banda... Al paso que vamos todos los días dos o tres peones se van a desmonterar caigan como caigan los rehiletes. En el cuarto, Santiago Ruiz también había saludado entre los compases de la música.
La faena del diestro de Utrera fue una persecución invertida, sin conseguir fijar al buey en la muleta. Completó la vuelta al ruedo tras el burel.
Aquellas verónicas de Cepeda, que resolvió breve con el quinto, puro genio y mala leche, quedaron lejanas como toda razón y argumento.
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