Juan Diego Flórez, cocer y cantar
Como Rossini (y sus canelones), como Carlo Bergonzi (y su restaurante en Busseto), como Isabel Pantoja (y su pollo a la ídem), Juan Diego Flórez ama la cocina. En su caso, la peruana, la que echaba de

Como Rossini (y sus canelones), como Carlo Bergonzi (y su restaurante en Busseto), como Isabel Pantoja (y su pollo a la ídem), Juan Diego Flórez ama la cocina. En su caso, la peruana, la que echaba de menos cuando con 20 años se fue a estudiar al Instituto Curtis de Filadelfia y llamaba a su madre, que le daba las recetas para hacer papas a la huancaína o ají de gallina. Ya cocinaba de niño.
La Cocina de Juan Diego, con la que tampoco es que haga la competencia a Gastón Acurio (el famoso chef de Astrid & Gastón), estará a disposición de los clientes del restaurante limeño «La rosa náutica» hasta el 2 de abril. Una amplia carta floreziana. Además de los langostinos a la Pavarotti, Tamal a la Donizetti (de pato con salsa funghi porcini y crema de queso mantecoso), Ravioli a la huancaína (rellenos de ricotta, espinaca con salsa huancaína y cubierto con queso fresco) o, de postre, Dúo de profiteroles rellenos de crema de lúcuma y chirimoya cubiertos con salsa de chocolate amargo).
Dice que suele cocinar (en su casa) con música de fondo. Con rancheras (quizá al mexicano Rolando Villazón le gusten los valses y las marineras). Y también con la gran Chabuca Granda, de quien su padre (el guitarrista y cantante Rubén Flórez) era acompañante. Él, cuando era pequeño, prefería imitar a Miguel Bosé o Raffaella Carrá.
En «La rosa náutica», al lado de uno de los más admirados tenores líricos de la actualidad, estaba su mujer, Julia Trappe, con quien contrajo matrimonio civil en Viena en abril de 2007 (antes se le había relacionado con la soprano Laura Giordano). El 5 de abril será la ceremonia religiosa en la catedral de Lima oficiada por el arzobispo Juan Luis Cipriani. Un bodorrio para el que se abre el templo, donde no es habitual que se celebran bodas. Pero Juan Diego Flórez es una gloria nacional.
Entre platillos y bodas (siempre en Lima), «Rigoletto» Florez debutará como Duque de Mantua el 31 de marzo. El 3 de abril, dos días antes de la boda, será la segunda representación. En el Teatro Real de Madrid habrá que esperar más, a junio (el «Rigoletto» de Flórez es una de las tentaciones de la próxima temporada), Inmediatamente después de la boda, al día siguiente, el matrimonio sale para Nueva York, donde Flórez tiene los ensayos de «La hija del regimiento», de Donizetti (el del tamal) en el Metropolitan, con Natalie Dessay, en una coproducción del Covent Garden y la Wiener Staatsoper,
Volvemos a los fogones, a la cocina de Juan Diego. La cocina que cuando era joven en Filadelfia le llenaba «la panza y el espíritu» ahora le divierte, le relaja. «Pero todo queda en desorden», ha confesado con su disfraz de chef y con su mujer escuchándolo desde un rincón del restaurante.
El chico lo pone a huevo. A huevos (benedictine, rancheros, revueltos, estrellados o al plato). El mejor tenor lírico-ligero del mundo, quizá el sucesor de Pavarotti (bueno, lo dijo el italiano), un tipo al que sientan tan bien las levitas (o lo que llevara como conde Almaviva en «El barbero de Sevilla»), uno que no tiene las cejas de Villazón. Todo eso y además es un maestro en la cocina de moda. Pero, sobre todo, es un hombre. Uno que deja la cocina (de Juan Diego) hecha un desastre.
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