Miguel
Miguel de la Quadra Salcedo ha cumplido su vigésimosegunda Ruta Quetzal. Este navarro indómito, descendiente de Julián Gayarre, es la monda. Nadie ha hecho por la divulgación de la unión de España y América lo que Miguel. Más de nueve mil jóvenes han pasado por su Universidad andariega y navegante. El resultado ha sido tan brillante que no se le concede la menor importancia al esfuerzo, la tenacidad y el coraje de este roncalés invencible. Se da por hecho que sus expediciones constituyen éxitos garantizados y nadie se detiene a analizar el trabajo y la preparación que precisan sus expediciones. Las dificultades de todo orden que tiene que superar, cada año, para seguir cumpliendo son su ilusión. Miguel de la Quadra ha sembrado la selva en el páramo castellano y ha invadido de arte románico y gótico el altiplano americano. Ha hecho del Atlántico un pequeño mar accesible al sueño más humilde y ha inculcado el respeto y la admiración mutua entre jóvenes que se reúnen bajo su árbol desde la diferencia y el desencuentro.
Cuando su Ruta se navegaba en una Universidad flotante, tuve la fortuna de participar en tres ediciones. Hablábamos a los expedicionarios de Literatura, y allí coincidí con Baltasar Porcel, Antonio Burgos, Antonio Gala y Fernando Sánchez Dragó. Se hablaba de Quevedo, Góngora, Cervantes, San Juan de la Cruz y Fray Luis mientras el barco atravesaba la selva por la vena rompiente del Orinoco o el mar de madera del Amazonas, el gran río de la América nuestra que los españoles bautizaron como Santa María de la Mar Dulce. Cada mañana, a las seis en punto, la selva conocía un nuevo sonido, y los ibis, tucanes y guacamayos volaban asustados por encima de la inmensa muralla verde alertados por la música de Beethoven, de Mozart o de Wagner. En tierra ya, las grandes caminatas, el estudio de la flora y de la fauna, las lecciones de Historia, los recorridos por los afluentes de los grandes ríos, los campamentos, la abundancia y las necesidades. Hace las cosas tan bien Miguel de la Quadra, que siempre fallaba un día la intendencia, y se enseñaba a los jóvenes a superar las adversidades, a sentir -aunque sólo fuera durante un día- la necesidad de la supervivencia.
Con Miguel he cubierto la distancia de orilla a orilla del Atlántico, en una auténtica Universidad donde la ética y la armonía eran asignaturas obligatorias. De Lisboa partimos y a la «Deseada» arribamos. Con las primeras luces, dibujado el perfil de la isla de Guadalupe, por aquello del paisanaje, Antonio Burgos gritó como Rodrigo de Triana y nos anunció la presencia de la primera tierra de América. Con Miguel he conocido a la gente y el idioma del gran río, y aunque ha intentado en repetidas ocasiones que le acompañara en la degustación de sus manjares favoritos -mono asado, murciélago a la pepitoria y moscas de postre-, siempre ha encontrado en mi actitud una clara demostración de resistencia.
Con Miguel, al cabo de los días, España y América es lo mismo, el mismo sueño, la misma esperanza. Todo lo que hoy es Miguel se consiguió por la intolerancia y la estupidez de una decisión política. Representaba a España en la Olimpiada de Melbourne, en la especialidad de lanzamiento de jabalina, con una fórmula invencible que fue, posteriormente, prohibida por la Federación Internacional de Atletismo. La invasión de Hungría por las tropas soviéticas se respondió desde España con una decisión ridícula. No acudir a la Olimpiada australiana para no coincidir con la URSS. Un Miguel desalentado viajó hasta el Amazonas y allí permaneció dos años viviendo en la selva. España había perdido una posible medalla de oro, pero ganó a Miguel de la Quadra Salcedo. Desde entonces no ha dejado de pensar y trabajar para cumplir con su obsesión. La unión de los pueblos, el entendimiento entre todos, la superación de las distancias y la siembra de las cercanías. Sucede que lo hace tanto y tan bien que nadie repara en ello. Lo suyo es una constante epopeya discreta y sencilla.
He sentido una gran alegría cuando he visto la fotografía del Rey que recibía, un año más, a los expedicionarios de la Ruta Quetzal. Esos jóvenes que el Rey recibió en nada se parecen a los que iniciaron el viaje. Han vuelto a sus casas y países con las asignaturas del respeto y la tolerancia aprobadas. Gracias a un navarro que esconde detrás se su bigotón su humanidad y grandeza.
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