UN GOL ILEGAL
LEO en estos días De portería a portería, una chispeante recopilación de los artículos que, durante cinco meses, publicó Wenceslao Fernández Flórez en este mismo periódico, allá por 1949, dedicados al fútbol. En el «Introito» que sirve de explicación al volumen, Fernández Flórez trata de dilucidar las razones de su desinterés por un deporte que encandila a las muchedumbres; y, con una curiosidad no exenta de escepticismo, se propone «borrar de mi espíritu semejante inferioridad y ver con mis ojos y juzgar con mi entendimiento sin que nadie más que mi buen sentido me aleccione, para huir del peligro de las influencias apasionadas que tanto perjudican la exégesis del deporte». A la postre, descubrirá que sin pasión el fútbol resulta ininteligible; y sus artículos, refrescados por un humorismo muy inglés y muy galaico, miran siempre con una suerte de compasiva perplejidad un fenómeno que excede su capacidad de comprensión. Llegada la hora de las recapitulaciones, Fernández Flórez escribe: «El amor al fútbol presenta en nuestra época caracteres agigantados: a veces, frenéticos; en ocasiones, risibles (la locura también puede hacernos reír), y tan extensa e intensamente declarados que no hay clase, alta o baja, grande o pequeña, donde no puedan ser estudiadas sus manifestaciones. El odio y la devoción estallan inconteniblemente en torno a un equipo; se rompen amistades por estas fútiles preferencias; pueblos vecinos que apenas se disputaban la sede de una Audiencia o de un Instituto de segunda enseñanza, se aborrecen por haber sentido la amargura infinita de un «cero a tres». Millares de millares de espectadores que en su vida dieron una patada a un balón se disputan a cualquier precio las entradas para un partido y se exaltan, gritan, injurian, experimentan deseos homicidas contra un árbitro o un jugador, y hasta mueren repentinamente, incapaces de soportar una emoción tan aguda. Mientras, la mayoría de los revisteros utiliza un lenguaje excitante que alguna vez raya en lo desaforado».
Si el autor de El bosque animado levantara la cabeza, se quedaría horrorizado con el grado de hipertrofia que ha adquirido ese desafuero. Mientras escribo estas líneas, escucho en los noticiarios radiofónicos y televisivos comentarios sobre el gol que otorgó la victoria al Real Madrid en su enfrentamiento con el Atlético, un gol que al parecer el árbitro tendría que haber anulado. La glosa de la noticia se convierte en el acontecimiento del día; a su lado quedan borrosos y como excedentes los otros asuntos de actualidad: el naufragio de una patera ante las costas de Lanzarote, con su saldo de muertos que inmediatamente ingresan en el cementerio del anonimato; la constitución del nuevo Gobierno, por lo demás archisabida; el polvorín de Irak; los «asesinatos selectivos» de Ariel Sharon, todo ello se funde en la misma amalgama de trivialidad y olvido, salvo ese gol que adquiere las proporciones de una conjura cósmica. Para referirse a él, varios periodistas emplean un epíteto -«ilegal»- que, tácitamente, parece exigir una intervención de la Asamblea de las Naciones Unidas. Estábamos acostumbrados a que la jerga deportiva recurriese, en su búsqueda de nuevos finisterres de expresividad, al neologismo y a la patada al diccionario: pero esta acuñación nueva, «gol ilegal» -precedida, para mayor redundancia, de una «posición ilegal» del futbolista en fuera de juego-, propone un desafuero lingüístico que Wenceslao Fernández Flórez ni siquiera hubiera soñado. El próximo gol antirreglamentario, a poco que se logre con ayuda de la mano o previa zancadilla al portero, quizá debamos calificarlo de «inconstitucional», si es que para entonces la Constitución todavía existe.
Definitivamente, el Estado de Derecho no debería permitir estas infracciones que amenazan con derruir sus cimientos.
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