Un quirófano en la selva vietnamita

¿Entonces no conviene despertar a los muertos? ¿Y a los que duermen? Mira: es la Sexta Avenida, temprano por la mañana en Nueva York, las acequias del tránsito ya están en plena efervescencia, y cuando nos arrojamos a esa corriente, rápida e impalpable, sentimos que formamos parte de algo, de un sentido, de los días que cuelgan y cojean del calendario como heroicos habitantes de la realidad. Días y días y días del futuro, a los que un verdugo reluciente con visera suiza les corta la cabeza limpiamente, con tanta habilidad que parece como si siguieran vivos después de haber sido dilapidados. Pero esta mañana cambiamos de trayecto. Hacemos un alto en el camino. Nos desviamos. El quirófano es en plena selva: las enfermeras y el cirujano esperan, manos enguantadas, pelo bajo pañoletas blancas, boca velada, y todo protegido por un mosquitero. Llegan los camilleros con el guerrillero (parece una combatiente) herido, y una enfermera descorre la redecilla. Pero el quirófano está anegado de agua hasta las rodillas, no en vano se trata de la selva. Aunque su instantánea es para Margaret Loke (The New York Times) tan buena como muchas de Robert Capa, al fotógrafo vietnamita Vo Anh Khanh, que tomó la imagen en 1970, no lo conocía nadie.
El otro Vietnam
«El otro Vietnam: fotografías de la guerra desde el otro lado» cierra mañana sus puertas en el Centro Internacional de la Fotografía, en el 1133 de la Avenida de las Américas, la Sexta, la de tantos desfiles patrióticos. Se trata de la primera exposición celebrada en Estados Unidos y en parte alguna de fotografías de la guerra de Vietnam tomadas por reporteros norvietnamitas que únicamente disponían de una cámara, a menudo lenta y pesada, y para quienes los rollos de película escaseaban más que las balas. Para hacer saltar un flash tenían que prender pólvora. Para revelar, aprovechar la corriente de un río y el mayor cuarto oscuro del mundo: la noche de Asia. Veintinco años después de una guerra devastadora, que marcó a fuego la conciencia de Estados Unidos e hizo trizas su famosa inocencia, y mientras otra guerra, mucho menos fotografiada y mucho más oculta a pesar de todos los extraordinarios aparejos para capturar y retransmitir imágenes instantáneamente que el «progreso» ha puesto al alcance de la verdad, sigue su curso, «el otro Vietnam» llegó a Nueva York. Tal vez algún día veamos lo que ahora imaginamos. Tal vez sea necesario que pasen otros veinticinco años para que se revelen las fotografías tomadas por el fósforo y las bombas termobáricas en el interior de las cuevas de Afganistán. Ahora, gracias al tesón del fotógrafo estadounidense Doug Niven, el otro lado, el enemigo, el Viet Cong, trae su punto de vista al corazón de Manhattan.
Propaganda e intimidad
Fruto de más de veinte viajes a Vietnam y de entrevistas con más de 30 fotógrafos vietnamitas y sus familias, así como del rastreo de varios archivos oficiales, es este «Otro Vietnam», que podrá ser contemplado más allá de Nueva York gracias a la exquisita edición en libro que ha hecho National Geographic con palabras de otro fotógrafo de guerra, Tim Page. Aunque buena parte de las imágenes tomadas por fotógrafos como Vo Anh Khanh, Doan Cong Tinh, Le Minh Truong, casi perfectos desconocidos tanto en su país como en el exterior, tenían como objetivo servir al esfuerzo propagandístico del Vietcong en su guerra contra las fuerzas de Vietnam del Sur y Estados Unidos, a través de sus miradas descubrimos no sólo esporádicas poses heroicas, sino instantes de inusitada belleza, otro país, otra realidad. Una guerrillera toca la guitarra poco antes del combate. Para Margaret Loke, la imagen podría haber sido captada en un campus universitario estadounidense en una de las muchas protestas contra la guerra. Le Minh Truong, el fotógrafo que tomó esa estampa en 1970, dijo que la muchacha murió al día siguiente durante un bombardeo, y que de ella no quedó ni rastro, apenas trozos de ropa.
Muchas de estas imágenes sólo fueron publicadas en países afines a la causa, pero ni siquiera en su propio país tuvieron una gran difusión, y algunas fotografías han sido copiadas ahora por primera vez, como la de ese improvisado quirófano en la selva. A Vo Anh Khanh le había parecido tan irrelevante que ni siquiera la había copiado en papel. Vemos las consecuencias de los ataques, y algunos instantes de lucha, o previos al combate, pero no hay imágenes atroces en este repertorio. Sólo otra mirada, estampas fascinantes de por ejemplo la senda Ho Chi Minh, que sirvió de puerta trasera a través de Laos y Camboya para que el Ejército de Vietnam del Norte y la guerrilla que operaba en el sur mantuvieran el contacto.
La memoria es flaca. Los días veloces. El tiempo impalpable. Y de repente un fotógrafo nos sumerge en la corriente y la detiene. Como estos ignotos reporteros vietnamitas que han encendido una íntima luz roja en Nueva York. Otra mirada. Como dijo una vez el cineasta ruso Elem Klimov: «Ven y mira».
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