UNA ESPLÉNDIDA COREOGRAFÍA
El teatro flamenco deviene de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Desde entonces ha evolucionado constantemente, con obras como «La canción de la Lola» (1892), de Ricardo de la Vega, o «Las calles de Cádiz» (1935), de Ignacio Sánchez Mejías, hasta alcanzar una dimensión más definida con las obras interpretadas por el grupo La Cuadra, dirigido por Salvador Távora, a partir de 1971. Y ahora se nos presenta con forma de musical el espectáculo «Tarantos», inspirado en la obra «La historia de los Tarantos», de Alfredo Mañas -que dio lugar a la famosa película interpretada por Carmen Amaya y Antonio Gades-, que trata de un drama amoroso, a la manera de «Romeo y Julieta», donde las familias enfrentadas son las gitanas de los Tarantos y los Zorongos.
Con argumento tan conocido como atractivo, Javier Latorre -que ya había dado muestras concluyentes de su buen hacer- se ha consagrado como uno de los más ciertos coreógrafos del género. Su trabajo, sobre los estilos de martinete, tangos, bulerías, tientos, rumbas, alegrías, zorongo, tanguillos y baladas, alcanza momentos sumamente brillantes, secundado por un conjunto de intérpretes que se creen y sienten lo que están bailando y cantando de una forma entrañada. Por lo que a lo largo de la función se nos ofrecen pasajes de gran efecto artístico y escénico.
Y en ese elenco tan lucido en su totalidad, sobresalen Carmelilla Montoya, Ana Salazar y Miguel Cañas, en los papeles de Soledad La Taranto, Juana La Zoronga y Juan Encueros, respectivamente. Con «Tarantos» se abre una puerta nueva a las posibilidades representativas del flamenco, porque nos enseña que con un tratamiento de gran musical tiene, indiscutiblemente, un esperanzador futuro por delante. El público aplaudió espontáneamente diversas escenas y con fuerza al término de la representación.
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