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ABC Cultural

Un padre adoptivo

Ésta es una de esas pequeñas películas que desmienten la presunta crisis del cine europeo. Ambientada en una villa costera cerca de Glasgow, su preciso sentido del espacio geográfico, la situación social y la forma de hablar de sus personajes, le sirven para colorear una peripecia de alcance general. Todo ello serviría de poco si la melodramática historia que se cuenta no estuviera potenciada por las agudas dotes de observación que exhibe la debutante realizadora Shona Auerbach.

El punto de partida es éste: una mujer vive en estado de perpetua fuga de su marido, un maltratador que ha causado la sordera de su hijo de nueve años, el Frankie del título. Pero el niño, a su vez, vive obsesionado por conocer a su padre ausente, al que escribe cartas sin cesar (la madre se las contesta por él). Un golpe del destino hace que la madre se vea obligada a «presentarle» a Frankie a su padre, y a tal fin contrata a un desconocido para que se haga pasar por él. Con este triángulo de personajes y este cóctel de emociones reprimidas, el drama está servido; y es fácil imaginar el dramón que podría haberse montado cualquier director sin escrúpulos sentimentales. Pero Auerbach escoge un enfoque sobrio y directo que le permite llegar al fondo emocional de la historia sin necesidad de excitarnos el lagrimal. No es que la película carezca de clímax, sino que llega a él por medios nobles; y la contención que mantiene durante gran parte del metraje beneficia la revelación final.

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