Sydney Pollack pone a la ONU en primera línea con un thriller político

NACIONES UNIDAS. El ojo clínico de Alfred Hitchcock ya había tasado las extraordinarias posibilidades cinematográficas del cuartel general de las Naciones Unidas en Nueva York, pero tuvo que falsificar el arranque de «Con la muerte en los talones» para hacer creer que había sido rodado en el espléndido «hall» que da acceso a la Asamblea General. Sydney Pollack supo torear mejor que nadie los vericuetos de la burocracia onusiana -en un momento en que la organización internacional con más socios del planeta (191 países miembros) necesita una inyección de fe tras las tribulaciones iraquíes y el desdén de Washington- y logró la luz verde para rodar en su interior «La intérprete»: un thriller político protagonizado por Nicole Kidman y Sean Penn, que el próximo 19 de abril inaugurará el festival de cine de Tribeca, en la misma Manhattan donde transcurren las peripecias de una traductora nacida en África que escucha por accidente los planes para asesinar a un jefe de Estado africano durante la Asamblea General que se celebra todos los septiembres en el Parlamento del Hombre junto al East River.
Rodada en fines de semana y por la noche, cuando los pasillos de la organización son eco y sombra de los pasos perdidos durante las ajetreadas sesiones del Consejo de Seguridad y de la Asamblea General, por el día sólo quedaban rastros de focos y cables en las esquinas, testimonio de que un cuento se estaba fraguando aquí, mientras diplomáticos y funcionarios se lamían los rasguños dialécticos dejados por el rifirrafe iraquí. Sashi Tharoor, subsecretario para Comunicación e Información Pública de las Naciones Unidas, dejó bien claro que la Secretaría revisó concienzudamente el guión para comprobar que la película no se servía del edificio como telón de fondo y decorado muerto, y serviría para trasladar a una amplia audiencia -la que se cree atraerá un filme dirigido por Pollack y protagonizado por estrellas tan cotizadas como Kidman y Penn, dos de los más valorados por la crítica y amados por el público- el funcionamiento y los valores de una institución a la que muchos en Estados Unidos (incluido su más que probable nuevo embajador, John Bolton) quisieran arrojar al mar. Pese a sus inclinaciones demócratas y a su fe en la razón de ser de la ONU, pero sobre todo pese a haber estudiado, contraído matrimonio y trabajado en Nueva York y de haber pasado en infinidad de ocasiones por la Primera Avenida, entre las manzanas 42 y 48 de la Bahía de la Tortura, nunca había cruzado el umbral de la organización hasta que no empezó a ganarse la confianza de Kofi Annan y de su gente para rodar esta historia, en la que Kidman se entera de un compló que la lleva a entrar en contacto con un agente del servicio secreto (Penn): amor, política, espionaje, magnicidio en ciernes, diplomacia internacional... un combinado perfecto para un director que ya dio muestras de su habilidad para montar thriller políticos en «Los tres días del cóndor», sobre la cara oscura de la CIA. El director se curó en salud y dijo que su película «no hace propaganda de la ONU».
La película podía haber supuesto un broche dulce al desempeño de Inocencio Arias como embajador de España ante las Naciones Unidas, después de los sapos que tuvo que tragar para defender a capa y espada la visión de José María Aznar, que se alió con británicos y estadounidenses en la «entente» para derrocar a Sadam Husein, y las no siempre fáciles directrices de la entonces ministra de Exteriores, Ana Palacio. Arias ya había hecho sus pinitos en el mundo cinematográfico español, pero tuvo la oportunidad de «ofrecerse» al director de películas como «Memorias de África» y «Tal como éramos» gracias a los buenos oficios de su amigo Kishore Mahbubani, embajador de Singapur, quien no sólo invitó a ambos a una cena en su casa, sino que los puso a tiro. ¿Qué mejor que un embajador de carne y hueso que además se sentaba en aquellos momentos en el Consejo de Seguridad para interpretar a un embajador ante las Naciones Unidas? Chencho Arias obtuvo su «papel con texto» tras encantar a Pollack, y todo hubiera salido a pedir de boca si no se hubiera cruzado por el medio el sindicato de actores, que dio al traste, como ironizó el extravangante y querido diplomático, con sus ambiciones hollywodienses: «Una legislación retrógrada me ha chafado mi primera nominación a los Oscar».
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