LOS CENTAUROS DEL ASFALTO
Alomos de sus motos, de norte a sur, de este a oeste, atraviesan la ciudad y periferias. Son los mensajeros; centauros del asfalto, vaqueros sin ganado que transportar. Esquivando las cornadas y estampidas del tráfico, temiendo a la lluvia, su mercancía son cartas y documentos dispares, que, de mano en mano, entregan a lo Miguel Strogoff con casco. No son correos del zar, sino del zar luchando contra el reloj y un posible derrape de la máquina encabritada.Cabras mecánicas sin Valentinos ni Pedrosas, sólo llevan a jornaleros del correo buscando el trofeo de terminar la jornada sin percances.
Estos «cowboys» de la calzada van, muchas veces, a tanto el kilómetro y el viaje. Marcan sobres como antaño otros jinetes marcaban sus reses para cobrar después, a tanto la cabeza, en la tejana Abilene.
Mucho correo electrónico, pero todo el mundo prefiere tener un papel entre las manos en lugar de un efímero parpadeo en pantalla. ¿tantos documentos genera la ansiedad de la metrópoli? Parece ser que sí. En los tiempos de Franco, los gerifaltes del régimen temían al motorista que les llevara el cese. Ahora, quien tiene ausencia de mensajeros motorizados a todas horas es un pelanas sin un lugar en el sol que más calienta.
En el lorquiano «Poeta en Nueva York» puede leerse: «Debajo de las multiplicaciones / hay una gota de sangre de pato. / Debajo de las divisiones / una gota de sangre de marinero. / Debajo de las sumas, un río de sangre tierna / un río que viene cantando / por los dormitorios de los arrabales / y es plata, cemento o brisa en el alma metida de New York».
En Madrid la Castellana es un río de motoristas transportando papeleo: memoria papelera de ambiciones, que tal vez algún día sepulten avenidas y rascacielos con un torrente desbordado de expedientes, números y contratos. Mientras, las dos ruedas de las motocicletas siguen rodando en una ruleta apresurada. Caballeros al galope del rojo vivo de las prisas.
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