Dos mujeres y un destino
Condoleezza Rice no descarta una candidatura presidencial. Hillary Clinton se embarca en un peculiar viaje hacia el centro político. Son maniobras que podrían acabar para el 2008 con el monopolio masculino de la Casa Blanca

WASHINGTON. A veces los sueños se hacen realidad. Por eso, la perspectiva de dos mujeres extraordinarias -Hillary Clinton y Condoleezza Rice- compitiendo por la Casa Blanca en 2008 está ganando cada vez más fuerza en la imaginación política de Estados Unidos. Especulaciones multiplicadas ayer con unas comentadas declaraciones de la flamante secretaria de Estado en las que, pese a todos los obligados matices de humildad, no descarta la posibilidad de una candidatura presidencial.
Aunque todavía quedan tres años para el pistoletazo de salida en el maratón de elecciones primarias, las presidenciales del 2008 ofrecen mucho más juego político de lo habitual porque el vicepresidente Cheney se ha declarado fuera de la competencia para suceder a George W. Bush. Y al mismo tiempo que nadie duda en el Partido Demócrata de las ambiciones presidenciales de Hillary, a Condoleezza le están surgiendo admiradores en las filas del Partido Republicano para conseguir una simetría político-femenina nunca vista en Estados Unidos.
Esta incipiente base política de «Condistas» cuenta ya con un comité para recaudar donaciones, anuncios de radio en lugares decisivos como Iowa, encuestas favorables, páginas en Internet, y toda la obligada parafernalia electoral de pegatinas, chapas, muñecos y hasta su propia canción titulada «Condoleezza will lead us». Pero todo este entusiasmo contrasta con la decisiva influencia de la derecha evangélica en el Partido Republicano y la reiterada posición de Condy «gentilmente» a favor del aborto.
Sin experiencia electoral
Otro problema adicional para Rice es que dentro de su distinguido currículo no ha competido nunca por un cargo electo. Y la experiencia estadounidense no es muy favorable a candidatos sin experiencia electoral. Aunque es cierto que en los albores de esta república, el puesto de secretario de Estado fue un trampolín efectivo para llegar a la Casa Blanca, suministrando cuatro de los seis primeros presidentes. Pero el último que consiguió esta pirueta política fue James Buchanan en 1856.
Dentro del bando demócrata, Hillary Clinton está considerada como la «pre-candidata» a vencer y con los esfuerzos más agresivos para organizar una efectiva campaña presidencial. Pero el calendario político del Senado le obliga a actuar con sigilo. Su prestigioso escaño en la Cámara Alta está pendiente de las elecciones legislativas previstas para el 2006 y a los votantes no les gusta mucho respaldar a candidatos percibidos como «temporales».
Junto a esta discreción muy medida, la senadora Hillary Clinton también se ha embarcado en un peculiar viaje hacia el centro político dentro de una trayectoria pública que ya cuenta con más reinvenciones que Madonna. Sus conocidas posiciones feministas y de izquierda se están esfumando a marchas forzadas, en una transformación marcada por su voto a favor del uso de la fuerza en Irak y respaldada por los votantes de Nueva York, con un crecido índice de aprobación del 69 por ciento según el último sondeo del New York Times.
En sus más recientes intervenciones públicas, Hillary ha empezado a hablar de su religiosidad y exhibir consideraciones morales que no tienen mucho que envidiar a las de la Administración Bush. Esta misma semana, la senadora denunciaba la «silenciosa epidemia» de sexo y violencia canalizada por la industria del entretenimiento a la infancia de Estados Unidos.
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