Un viejo maestro

No conviene prodigar el calificativo de maestro que sólo algunos, muy pocos, merecen. Entre ellos, y en el ámbito de la filosofía jurídica y política contemporánea, sin duda, Norberto Bobbio, que deja a sus noventa y cuatro una vida fecunda y un extenso e intenso magisterio, sobre todo en Italia y en el mundo hispánico. Su enorme cultura, especialmente en el ámbito de la historia de las ideas jurídicas y políticas, su rigor académico y la presencia en la vida pública de su país, vinculada al socialismo democrático, lo convierten en uno de los grandes intelectuales italianos del siglo pasado. Es normal que alguien dotado de tanta curiosidad intelectual como longevidad atravesara variadas experiencias filosóficas y evolucionara en sus concepciones. Ante todo, y junto a sus contribuciones a la historia de las ideas, es un filósofo del Derecho que buscó en el neopositivismo y en la filosofía analítica los instrumentos de la precisión y del rigor.
Ya en 1950, en su Teoría de la Ciencia jurídica, creyó encontrar la solución al viejo problema del disputado carácter científico de la jurisprudencia mediante su entendimiento como análisis del lenguaje del legislador. Si la filosofía es análisis del lenguaje, la filosofía jurídica deberá ser análisis del lenguaje jurídico.
No es extraño que su concepción del Derecho se aproximara al formalismo y al normativismo de Hans Kelsen. Sin embargo, no negó la posibilidad de elaborar una teoría de la justicia. Mientras la ciencia jurídica se ocupa del problema de la validez y la sociología del Derecho del de la eficacia, la filosofía jurídica trata del valor, de la justicia. No lo entendieron así muchos de sus seguidores y discípulos, entre ellos algunos españoles, que adoptaron una visión mucho más estrecha, dogmática y unilateral que su maestro. Hace unos años publicó un ensayo sobre la derecha y la izquierda en el que el rigor no era ya el de sus mejores libros. Su defensa del socialismo democrático se cimentaba en una improbable armonía entre los valores de la libertad y de la igualdad. La extrema derecha, según él, niega ambas. La extrema izquierda, sólo la libertad. La derecha democrática defendería la libertad pero no la igualdad. Y la izquierda democrática, aunaría ambas. Demasiado fácil, demasiado falso. Tampoco es acertada su idea de que el problema de los derechos humanos no consista hoy en su fundamentación sino en su realización y protección. No fueron estos sus mejores momentos intelectuales. Recientemente publicó «De senectute», un conmovedor y desesperanzado ensayo sobre la vejez. Un viejo maestro nos deja en tiempos en los que escasean. Por fortuna, la muerte no cancela el magisterio.
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