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Querido Terminal

Me he enganchado a una página sobre enfermos terminales a la que me ha llevado el «Vogue» británico. El camino ha sido el siguiente. Número de julio de «Vogue», el del reportaje de Margaret Thatcher

Me he enganchado a una página sobre enfermos terminales a la que me ha llevado el «Vogue» británico. El camino ha sido el siguiente. Número de julio de «Vogue», el del reportaje de Margaret Thatcher con fotos de Mario Testino (en el Brook Penthouse del hotel Claridge, hecha una señora baronesa). Cuanto más vieja se hace la ex primera ministra más se parece a una monja de mi colegio. Me resulta muy inquietante porque Jordi Hurtado, el tipo que presenta «Saber y ganar», me recuerda a otra. En fin, me dejo las damas de hierro y las monjas de acero inoxidable, que me aparto del camino de baldosas amarillas que estaba describiendo.

En la revista viene un articulillo sobre una nueva página web estadounidense, un gineceo ilustrado de señoras de mediana edad. Las colaboradoras son periodistas reconocidas, columnistas de chismes, escritoras y actrices como Lily Tomlyn, Candice Bergen o Whooppi Goldberg. Éstas escriben pero poco (la que más, con cuatro post, Lily). También contestan un cuestionario. Así me entero de que entre las cosas favoritas de Whoopi (las «favourite things» en el sentido de la canción de «Sonrisas y lágrimas») está el borrador mágico de Don Limpio, esa esponja que lo limpia todo (en algún foro he leído que hay quien lo usa para dejar reluciente el MacBook blanco). El nombre de la página, que no lo he dicho, es wowowow.com y parte de la idea o del hecho consumado de que internet está dominado por páginas escritas por, para y sobre jóvenes. No les falta razón. Y aquí está todo este payerío rubio (de quince, diez son rubias) para discutir sobre política (o sea, sobre Obama y Hillary, que ya suena a telecomedia), sobre economía (sobre crisis allí también) o sobre el mejor médico de Saint Jean Cap Ferrat. Judy Bachrach, escritora habitual de «Vanity Fair», y colaboradora también en wowowow (con un artículo titulado «Todo lo que odio de mí misma lo veo en Hillary») es quien me ha llevado a los enfermos terminales. Es la creadora de thecheckoutline.org, de la que hay un enlace en wowowow. Se trata de una página online para dar consejos a enfermos terminales, sus familias y sus amigos. El que quiere escribe una carta y ella («Estoy aquí para ti»), que además de periodista es voluntaria en hospitales, contesta tres veces por semana. El sector servicios no deja de fascinarme y mucho más desde que internet se generalizó.

Supongo que esto es parte del muy particular «way of death» americano estudiado por Philippe Ari_s en «Historia de la muerte en Occidente». Parte de los ritos funerarios descritos en «A dos metros bajo tierra», caricaturizados por Evelyn Waugh en «The Loved One» y criticados por Jessica Mitford en «The American Way of Death». No sé cómo me las arreglo pero siempre me encuentro con una Mitford (ésta es la comunista, la que vino a la Guerra Civil y luego se fue a vivir a Estados Unidos). En cualquier caso, si no había que pensar en la muerte y mucho menos hablar de ella, como había advertido el sociólogo Roger Caillois en su observación de la sociedad norteamericana, parece que eso ha cambiado. Las cartas van desde la chica que se ha acordado de pronto de que su tío (ahora con un pie en la tumba) abusó de ella y pregunta si debe decirlo, a la que se interesa sobre si cuando alguien fallece de cancer de pulmón es correcto preguntar a la familia si fumaba. Dice la tía que es para evitar muertes futuras. La respuesta es una lección de educación: «Lo que deberías decir cuando sepas de la enfermedad o muerte de alguien (de cualquier enfermedad) es: «Lo siento mucho. ¿Hay algo que pueda hacer?»». Mi favorita es la carta de Candy, de Phoenix. Cuenta que le ha pedido a su marido un sencillo ataúd de pino pero teme que cuando llegue el momento él opte por el más caro. Quiere saber cómo asegurarse su deseado entierro de bajo coste (le recomienda que escriba una carta con las instrucciones, con una copia para su marido y otra para su abogado).

Y esta es la historia de cómo el «Vogue» me llevó a los ataúdes y a engancharme a las cartas funerarias. Cómo no hacerlo cuando escribe uno que firma Terminal en Ohio y Judy empieza su respuesta con un «Querido Terminal». n

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