Orfeo encontró a Eurídice

Cuando la gran Ewa Pod-les atacaba la segunda estrofa del «Che farò senza Eurídice», el aria más conocida de la ópera de Gluck «Orfeo ed Eurídice» que el lunes se estrenó en el Festival Castell de Perelada, la espectacular tormenta eléctrica que había estado ilustrando el paseo por los infiernos de Orfeo se transformó en tímida lluvia; el público resistió enganchado al poder de las imágenes que Comediants creó en ésta, la segunda incursión operística del grupo teatral catalán, y a la batuta de un ilustre debutante: Jesús López Cobos, quien por primera vez se subía a un podio operístico español desde que aceptara la dirección musical del Teatro Real.
A la cita acudió una larga lista de personalidades confiada en que los nubarrones se quedarían en amenaza: allí estaban desde el tenor Jaime Aragall y el flamante director de la OBC, Ernest Martínez Izquierdo, hasta compositores como Albert Guinovart; directores de teatro como Àlex Rigola y ejecutivos de coliseos operísticos como Joan Matabosch, del Liceo barcelonés, o Giorgio Paganini, de la Asociación de Amigos de la Ópera de Oviedo, además de los directores del Festival de Santander, José Luis Ocejo, y de la Quincena Musical de San Sebastián, José Antonio Echenique. El debut de López Cobos, la espectacular presencia de Ewa Podles y el trabajo de Comediants encabezado por Joan Font dieron forma, finalmente, a un éxito de proporciones que ni la lluvia pirineica acabó de aguar.
Si ese Amor amanerado o ese coro de furias festivas propuestos por Font pueden ser discutibles, lo cierto es que la elegancia y el equilibrado movimiento escénico del montaje se convirtieron en columnas de un espectáculo que, desde el foso, sonó con acento de especialistas a pesar de la modernidad de los instrumentos de la siempre eficaz Orquestra de Cadaqués. Jesús López Cobos revisó la versión original de Viena de 1762 -sin ningún corte y con todos los ballets- con un sentido de la lógica impecable abrillantando la riqueza de los matices. La concepción coreográfica de Montse Colomé fue igualmente acertada, lo mismo que la colaboración del actor Jaume Bernadet, que al comienzo del espectáculo instruyó al público sobre el mito de Orfeo con su final trágico: introducción instructiva pero poco acorde con el «happy end» que Gluck y sus libretistas decidieron para rematar la ópera.
Isabel Monar se movió con total soltura y cantó como en sus mejores noches, al igual que otra feliz debutante, la soprano moldava Tatiana Lisnic, quien demostró una gran dominio de la línea vocal de su personaje. Podles impresionó desde su triple aria del primer acto -con variaciones fantásticas-, aplicando su voz de contralto en una interpretación que dejará huellas en la historia. En Peralada, Orfeo por fin encontró a su Eurídice.
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