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ABC Cultural

Sin novedad en el acuario

Conviene preparar el terreno al documentalómano incauto que salte, de oca a oca «minisalera», de disfrutar de la pirotecnia «ma non troppo» de «CSA» al mismísimo corazón de las tinieblas de esta «pesadilla» que es en realidad pescadilla mordiente y moliente. Porque lo que aquí se cuece y caldea en crudo tiene menos matices que el «hecho gestual» de Tom Cruise (incluyendo «Vanilla sky»): sencillamente, uno de los comercios más siniestros y, lo peor, habituales que hunde sus garras en la carne blanda del África profunda. Tú me das cien pescaditos sabrosos criados en el lago Victoria, y yo te mando por avión un kalashnikov barato fabricado al lado de la churrería de los yak-42. Como se puede imaginar, el catálogo de miserias, bilis, y callejones sin salida derivados de este comercio (o merienda de negros, sin ánimo de faltar) podrían empapelar la muralla china. Así que Hubert Sauper, a pesar de ser tirolés de nacimiento, prefiere no andarse con falsetes sino sencillamente plantar una cámara en cada meandro y esquinazo del río y dejar que canten los peces voladores y caníbales.

No es fácil mantener el tipo ni casi la cordura ante algunas imágenes y vidas que desfilan ante nuestros ojos miopes occidentales. Niños y madres tanzanos carcomidos por el sida y otras mil pestes, fantasmales prostitutas de «a diez dólares la noche», sarnosos pilotos invertebrados a los que sólo les funciona el hueso genital, vigilantes nocturnos con ojos de zombi de «La legión de los hombres sin alma», políticos, inspectores y pastores que hacen la vista gorda... y todo tapizado por millones de esqueletos de percas del Nilo que podrían servir para renovar la imagen de cualquier diccionario en la voz «panorama dantesco». Y ni atisbo de denuncia, moralina o manipulación «a la americana». Nada de mostrar al «enemigo» armado hasta los dientes. Ni siquiera un casquillo furtivo. Solo un puñado de impactos visuales que dejarían el «shock art» de Damien Hirst a la altura de un cuadrito de miga de pan. Y lo más terrible es comprobar que, como apuntábamos arriba, la pescadilla se sigue mascando la cola cuando vemos a un pobre ciudadano piando por una guerra sanadora que echarse a la boca desdentada, puro abanderado de aquella «energía de los esclavos» que rimara Cohen. Como un pájaro en un alambre, sí, pero embadurnado de alquitrán y sin posibilidad de mover las alas ni mucho menos alzar el vuelo. Lo dicho, nada nuevo en el acuario estancado: el pez grande se come al chico y luego a sí mismo. Total, todos están podridos hasta las raspas...

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