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Ermua, 25 años después de Miguel Ángel Blanco
Enviado Especial a Ermua
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Ermua forma parte del mapa emocional de este país. Un municipio de 15.000 habitantes de la provincia de Vizcaya que se resiste a olvidar aquellos días de «impotencia, rabia y mucho dolor». Ese 10 de julio, ETA secuestró a uno de sus vecinos y puso un plazo para su ejecución: 48 horas. Esta es la historia de aquellos ermuarras que se resistieron a una infamia que duró tres días
Este domingo se cumplen 25 años de un trance histórico que puso una pequeña localidad en el mapa emocional de este país. Casi todo el mundo sigue recordando hoy dónde estaba y qué hacía cuando el 10 de julio de 1997 España entera quedó conmocionada ... por el secuestro y posterior asesinato de Miguel Ángel Blanco, hasta entonces un desconocido concejal de Ermua al que la ignominia de ETA convirtió, para su desgracia y la de su familia, en un mártir de la democracia y la libertad.
Sus vecinos, los verdaderos protagonistas de esta historia, dieron una lección de dignidad y valentía que sobrecogió a los vascos y al resto de españoles. Durante 48 horas, como las que transcurrieron entre el secuestro y el asesinato del joven de 29 años, un equipo de ABC ha recorrido con los ermuarras esas mismas calles en las que hicieron todo lo que pudieron y más para evitar semejante infamia.
«Sentimos rabia, impotencia y mucho dolor, nos costaba creer que lo mataran»
Alfonso Dávila tenía entonces 31 años y llevó el féretro desde la iglesia al cementerio. Apenas un kilómetro y medio grabado en la memoria de Ermua como uno de los momentos más estremecedores en la historia de este municipio vizcaíno con 15.000 habitantes, en la frontera con la provincia de Guipúzcoa.
Este fontanero de orígenes extremeños era miembro de una de las charangas locales, que estaban a punto de celebrar los Santiagos, las fiestas patronales en honor al apóstol. Alfonso fue uno de esos jóvenes que portaron el cadáver porque Miguel Ángel también pertenecía a una de esas bandas de música. Y allí estaban él y tantos otros, con su vecino al hombro y todo el país mirándoles y admirándoles.
Alfonso se enteró del secuestro mientras paseaba por la ciudad con su mujer para recuperarse de una lesión que le tenía de baja. Resume a la perfección aquellos días en pocas palabras: «Impotencia, rabia y mucho dolor». Y destaca la «unidad impresionante» no sólo de Ermua, sino de todos los municipios de los alrededores, en una esperanza compartida: «Nos costaba creer que lo llegaran a matar, pero lo hicieron». Recibió la peor noticia también «en la calle, como la mayoría del pueblo», que permaneció unido para sobrellevar la angustia que lo inundaba todo en aquellas horas tan interminables como escasas.
Hoy, 25 años después, Alfonso se para junto al Ayuntamiento de Ermua, donde cuelga una gran imagen de Miguel Ángel, cuya mirada se cruza con otra foto de sus vecinos luchando por él en las calles de su pueblo. Uno de los que aparece en primera línea es el propio Alfonso, que allí estuvo entonces dando la cara. Y aquí está ahora reencontrándose entre esa multitud que clamaba contra ETA con gritos que sólo la educación impide reproducir, pero que es fácil imaginar viendo aquellos rostros desencajados del verano de 1997.
«Nos quitamos la venda y el esparadrapo para gritar que estábamos cansados»
Juanma Martín es del barrio ermuarra de San Lorenzo. La noticia del secuestro le sorprendió cuando volvía de los San Fermines de Pamplona. Se detiene frente a una de las fotos de la exposición que el consistorio ha instalado en la Plaza del Cardenal Orbe, la misma en la que se concentraban los vecinos con velas. La misma en la que ovacionaron a los ertzainas mientras se descubrían la cara en un gesto inédito y de rebeldía sin miedo. La misma de la que estuvo pendiente toda España durante aquellas horas fatídicas que lo cambiaron todo.
Juanma saca el móvil ante una esas fotos en la que se reconoce con 19 años. Allí estuvo él y allí sigue estando, rodeado de gente que alzaba las manos pintadas de blanco, como el apellido de Miguel Ángel: «Los primeros sentimientos eran de incredulidad, pensábamos que no podía pasar algo así con alguien de Ermua, que sólo pasaba en los periódicos y en los telediarios».
Sobre aquella reacción unánime y espontánea, para Juanma «está claro que supuso un antes y un después, fue una forma de quitarnos la venda y el esparadrapo que teníamos para que la sociedad gritara que estaba cansada». Es lo que se bautizó como el espíritu de Ermua.
«No hay palabras para explicar lo que vivimos aquellos días»
Más vecinos también se acercan a la plaza. No están en las fotos, como Alfonso y Juanma, pero sí estuvieron cuando y donde de verdad tenían que estar. Como uno más, como todos. Por ejemplo, José Luis y Paqui, un matrimonio que nació en Jaén y que lleva más de 60 años en Ermua. José Luis incluso trabajó en el ayuntamiento del que era concejal Miguel Ángel. Preguntados por cómo vivieron aquello, Paqui zanja la pregunta de rigor con una respuesta de cajón: «No hay palabras». Tan cierto en 2022 como en 2047, porque un cuarto de siglo después sigue sin haber palabras para explicar lo inexplicable.
Otro que se busca entre las fotos es Emiliano, que llegó a Ermua con 19 años desde la comarca extremeña de La Serena y ya tiene 87. Con esa mirada en calma y la sabiduría profunda de quien trabajó en la mar, incide en el disparate de aquellos que decían luchar por la libertad del pueblo vasco y lo hacían asesinando al pueblo vasco.
Al lado, tres vecinos identifican las caras de familiares que, como ellos, también estuvieron en esas protestas. Muchos son ya demasiado mayores o han vuelto a su tierra tras media vida en una Ermua forjada a golpe de emigrantes gallegos, andaluces, extremeños y castellanos. Como la familia del propio Miguel Ángel, que emigró desde Galicia con un padre que sacó adelante a los suyos trabajando de albañil. Del esfuerzo y el sudor a la sangre y las lágrimas, como en la mítica frase de Churchill.
«ETA no se ha acabado, se llame HB o Bildu, está ahí todavía»
Javier Sánchez es hoy el único concejal del PP en Ermua. Con Miguel Ángel llegaron a ser siete. Sus padres compartían cuadrilla de trabajo y el secuestro le cogió con 18 años, haciendo la mili en Munguía, a poco más de media hora en coche. Se enteró por un capitán, que le llamó para contarle que ETA había secuestrado a «alguien» en su pueblo. Cuando Javier telefoneó a casa, le confirmaron que era el hijo del compañero de faena de su padre, con el que él mismo también había trabajado. Pidió permiso para volver a su casa y con sus vecinos. En el cuartel le dieron varios días y le aplaudieron la iniciativa. Javier cumple años el 13 de julio, el mismo día que murió Miguel Ángel.
Cuando se le pregunta por el final de la banda terrorista, el portavoz del PP en Ermua añade un contundente «entre comillas» y aclara que «no se ha acabado, se llame HB o Bildu, está ahí todavía». Reconoce que no como antes y que «es más fácil hacer política municipal ahora que en los años que le tocó al pobre Miguel Ángel», pero tilda de demagógicas y cínicas las condolencias del entorno proetarra por todo aquello.
«El alcalde Totorika se portó y gestionó muy bien aquella situación»
También lo sufrió Francisco Pérez, al que todos conocen como Paco el del Kiska, por el bar que regentaba y del que ahora se encarga su hijo. El asesinato del joven edil le animó a dar un paso al frente para entrar en política municipal y llegó a ser concejal del PP entre 2011 y 2015, justo después de que ETA se disolviera como banda terrorista.
Ya desde antes, se vio obligado a llevar pistola y escolta durante seis años, incluso mientras atendía el bar, al que también iban afines al entorno proetarra. Como su propio hermano, que fue detenido y acusado de participar en la quema de un chalet en Zumaia.
Paco, que emigró desde la provincia de Guadalajara cuando era un niño, recuerda que el histórico alcalde de Ermua, el socialista Carlos Totorika, «se portó y gestionó muy bien» uno de esos trances que miden a las personas. Y a los responsables públicos, más.
Eso sí, Paco nunca habla ni deja que le hablen del final de ETA sin apostillar con un «entre comillas» a modo de advertencia aclaratoria. Y no hace falta ser o haber sido del PP para pensar así en Ermua sobre este asunto. «Es como si fuera la misma casa de siempre, pero ahora con distinto casero», explica en términos metafóricos la propietaria y cocinera de un bar con esa clarividencia de la gente sencilla que sabe de lo que habla porque lleva mucho tiempo viviéndolo en carnes propias.
Pero no todo el mundo en Ermua, como en otras partes del País Vasco que han sufrido sus particular tragedia, habla de forma tan abierta. Otros prefieren no comentar demasiado o directamente rehúyen el tema. Alguno incluso se muestra incómodo y hasta molesto.
Eso también forma parte de la obligación del periodista de preguntar y del derecho del preguntado a no responder. Y da todavía más valor a los que dieron la cara entonces y la siguen dando ahora. Como Alfonso, Juanma, José Luis, Paqui, Emiliano, Javier, Paco y tantos otros vecinos de ese pueblo valiente que no olvida lo que ETA hizo hace 25 años.
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