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El 23-F del Duque consorte ante el juez

Ayer se cuidaron todos los detalles: ni durmió en Marivent, ni le acompañó la Infanta... Y el abogado fue en taxi

El 23-F del Duque consorte ante el juez efe

ALMUDENA MARTÍNEZ-FORNÉS

Visiblemente desmejorado pero aparentemente más tranquilo que en su primera comparecencia ante el juez, Iñaki Urdangarín regresó ayer a Palma de Mallorca, la ciudad que un día le brindó sus más altos honores, cuando el exdeportista olímpico disfrutaba del lado más amable de la vida, y que ahora, decepcionada de su comportamiento, se los ha empezado a retirar. El de ayer fue su primer viaje a la capital balear después de que el Ayuntamiento decidiera cambiar la denominación de la Rambla de los Duques de Palma, una calle próxima al Juzgado al que acudió a declarar que ahora ha recuperado su nombre tradicional: Rambla, a secas.

Pero la ciudad también le hizo llegar llegar hace unas semanas su deseo de que deje de utilizar el título de Duque consorte de Palma de Mallorca, después de que hiciera con el mismo un juego de palabras de mal gusto. Y el Parlamento balear, que hace quince años le honró con la Medalla de Oro, ahora busca una fórmula para podérsela retirar.

En esas circunstancias, Urdangarín regresó ayer al Juzgado de Palma de Mallorca para comparecer, por segunda vez ante el juez. Igual que en la ocasión anterior, el marido de la Infanta Doña Cristina recorrió a pie los 30 metros de rampa de acceso al edificio judicial ante la mirada de unos 200 periodistas. Pero esta vez no se paró, se limitó a saludar y a entrar rápidamente en el Juzgado.

Cambio de actitud

Mientras que el objetivo de su primera comparecencia, hace un año, fue «demostrar mi inocencia», tal y como aseguró él mismo a los periodistas antes de declarar, en esta ocasión, Urdangarín quería, por encima de todo, desvincular de sus negocios a la Corona. Todo un cambio de actitud, que podría marcar un antes y un después en el impacto que este proceso está teniendo en la opinión pública.

Consciente de que su caso se ha convertido en el problema más grave que ha afectado a la Monarquía en los 37 años del Reinado, el yerno del Rey intentó, en su particular 23-F, desmontar la estrategia de su exsocio, Diego Torres, de tratar de implicar a La Zarzuela.

Para ello, se cuidaron todos los detalles. Aparte de leer una declaración ante el juez, que no dejaba dudas, el Duque consorte de Palma esta vez evitó dormir en el Palacio de Marivent, mantenido con fondos públicos, donde su esposa, la Infanta Doña Cristina, dispone de una casa. Esta decisión supuso que Urdangarín se tuvo que leventar a las cinco de la mañana y coger el primer avión a la isla. El Duque consorte viajó desde Madrid, donde había estado los últimos días con su abogado preparando su declaración ante el juez. Esta vez Doña Cristina no le acompañó a Mallorca, sino que le esperó en su residencia de Barcelona.

Además de Urdangarín, en el avión viajaron su abogado, Mario Pascual Vives; el secretario de las Infantas, Carlos García Revenga, que también estaba citado ayer a declarar , y el letrado de este último, Enrique Molina. Escrupulosos hasta el extremo con el uso de los recursos públicos, el abogado del Duque consorte se trasladó en taxi desde el aeropuerto al Juzgado, mientras que Urdangarín lo hizo en un coche de seguridad.

García Revenga también se desplazó por su cuenta desde el aeródromo y, finalmente, llegó caminando a la sede judicial, donde entró sonriente y aparentemente tranquilo. Al único que se vio salir del Juzgado con aire de disgustado fue al abogado de Diego Torres, Manuel González Peeters. A la salida, nadie quiso hacer declaraciones, excepto una abogada de Manos Limpias que no pierde ocasión de comparacer ante la prensa.

En esta ocasión, a los manifestantes que acudieron a protestar a pesar de las bajas temperaturas -de hecho, ayer fue el día más frío del año en Palma- no se les permitió acercarse tanto a las dependencias judiciales como hace un año, por lo que Urdangarín apenas pudo oír los abucheos y pitidos que le dirigieron. Del amplio dispositivo de seguridad se quejaron algunos de los comerciantes de la zona, que esperaban hacer su agosto con la afluencia de público, pero al final tuvieron que conformarse con lo que consumieron los periodistas acreditados y los policías, los únicos autorizados a transitar en la zona acotada.

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