Nadal roza la perfección ante Raonic

La crónica de esta victoria dibuja a un Nadal superlativo que hace exactamente lo que tiene que hacer. Raonic no es un negocio sencillo, pero el campeón de 14 grandes trabaja la cita como si fuera el examen de su vida. En parte, lo es, pues se ha empeñado en confirmar que está más ilusionado que nunca y que le queda cuerda para rato. Después de ese desesperante 2016, marcado por las idas y venidas que imponía la muñeca, Nadal ha empezado el curso como un ciclón y buena prueba de ello se produce estos días en Melbourne. Ese puño cerrado le reconcilia con el ayer, retomada la tradición de abrazar unas semifinales de Grand Slam que no llegaban desde Roland Garros 2014.

En Brisbane , tres semanas atrás, el español cae en la trampa de Milos Raonic, número tres del mundo y mucho más que un sacador. Es verdad que el canadiense vive de ese portentoso servicio, un golpe que casi siempre supera los 220 kilómetros por hora , pero tiene más movilidad de la que se le presupone a un tallo de 196 centímetros y le pega bien desde el fondo de la pista. Entonces, Nadal perdió en tres sets y el Abierto de Australia le brinda otra oportunidad para saldar esa cuenta pendiente. En realidad, la tiene consigo mismo, perfeccionista hasta el extremo como para corregir los errores cometidos.

De este modo, Nadal se prepara para el combate entrenado en la víspera con Mark Philippoussis, tenista ya retirado que en su momento fue un brutal sacador. El balear sabe que le toca un miércoles de tensión porque le van a llegar bombas desde el otro lado de la pista y necesita hacer algo diferente a lo que hizo en Brisbane. Con esas premisas, completa una exhibición al resto y se supera con el saque para protagonizar un prólogo estupendo. Nadal va como un tiro.

Cuesta hacerlo mejor en la primera manga, vista para sentencia en poco menos de tres cuartos de hora y con unos dígitos magníficos. Para desbloquear el código de Raonic, Nadal varía de posición en cada resto, impecable en la ejecución para volver loco a un rival que parece aturdido. Unas veces está pisando la línea de fondo, otras (menos) se empotra contra la pared, en los segundos se mete incluso dentro de la pista… Raonic siente la presión y, aunque conecta aces, baja sus porcentajes de primeros, reducido con su mejor arma. El canadiense se enreda de mala manera en el séptimo juego, lo compite fatal y ese break desnivela la balanza en favor del número nueve del mundo, que en ese grito expulsa kilos de tensión.

Cae el sol y la Rod Laver asume que el segundo set tiene una importancia capital en el desenlace del pulso. Nadal sabe que aún queda un buen trecho y Raonic se mentaliza para un todo o nada, obligado a una reacción inmediata. Mejora en sus prestaciones y prolonga el debate al máximo, esta vez sin sufrir con su servicio. Lo mantiene sin conceder ni una sola de break y achucha a Nadal, que se queda algo frío cuando el canadiense se retira de la pista durante unos cuantos minutos cuando manda 3-2 para que el médico le atienda en el vestuario.

Se trata de sobrevivir y de aguantar al máximo, así también se gana. En el segundo capítulo, ya no es Nadal quien domina, pero es un maestro en el arte de defender y tiene más vidas que un gato. La primera situación crítica llega en el décimo juego, y el mallorquín levanta tres bolas de set beneficiándose de su acierto en el saque. Y ya en el tie break, a remolque siempre, salva tres más con un sentido de la competitividad inexplicable, restando de nuevo dentro de la pista para amilanar a un oponente al que le tiemblan las piernas y que comete una doble falta imperdonable. La diferencia entre los que son muy buenos y los mejores está ahí, y Nadal, que escapa seis veces del purgatorio, sentencia a la primera que puede después de 81 minutos de parcial. Simplemente descomunal.

Queda rematar, y pese a la renta el español sabe que no será fácil, que Raonic le exigirá y que si al americano le funciona su saque se llegará de nuevo al tie break casi con toda probabilidad por mucho que falle en otros conceptos. El canadiense ofrece números impropios en sus subidas a la red , muchas de ellas alocadas y sin demasiado criterio, y entiende mal la defensa, pero se mantiene vivo gracias a esa portentosa palanca.

Nadal, de todos modos, tiene frito a Raonic, que va justito de gasolina y se aferra a un no se sabe qué. Desde hace ya un rato conoce su destino, y únicamente le queda esperar a que llegue el momento. Se produce en el décimo juego, fin de la historia, fin de una velada que encumbra al mejor Nadal. Se cuela en semifinales con un recital de derechas y restos (40 ganadores), aunque la mejor noticia es que lucha y siente el tenis como antes, con una mentalidad única en el circuito. Quedan dos pasos para el decimoquinto grande, pero en Australia Nadal ya ha ganado .