El momento de los populistas ya pasó
La condición de leyenda de Caparrós se va difuminando con unos resultados que no llegan y un discurso repleto de lugares comunes futbolísticos y sentimentalismos que no convence a nadie
El fútbol está repleto de lugares comunes. De tópicos. Es un deporte que -por el simple hecho de ser eso, un deporte- en muchas ocasiones deja resultados impredecibles e inesperados y, por ello, hay situaciones que, por más que se rebusque, no tienen explicación ... aparente o sencilla. Muchas veces tampoco se necesita, pero con la intención de aprender o de intentar demostrar mayor conocimiento de causa, se bucea hasta que se encuentre un razonamiento que, en cualquier caso, nunca será plenamente asimilado como el más acertado.
Que el Sevilla esté en la situación que está sí tiene explicación evidente. Que un equipo exitoso ahora viva con agonía las últimas jornadas del campeonato ante el riesgo real que tiene de descender se explica simplemente enumerando el desproporcionado número de malas decisiones que se han tomado en el club en los últimos años. A casi dos décadas del inicio de la etapa más gloriosa de su historia y con las bases puestas para poder estar siempre cerca de la élite, el consejo de administración ha dinamitado la estructura del Sevilla campeón. No queda ya alma ganadora en ningún rincón del club. Sólo de supervivencia.
Al Sevilla se le encuentra explicación, pero no solución. La única posible, la de ganar partidos, se le sigue escapando por entre los dedos a futbolistas y cuerpo técnico. Llevan ocho jornadas sin ganar y sólo han sumado dos de los últimos 24 puntos en disputa. La plantilla está lejos de ser «magnífica» como decía Caparrós, el día de su presentación, pero debería de haber dejado tranquila al maltratado aficionado sevillista hace ya varias semanas.
Caparrós no ha conseguido ganar ningún partido desde que llegó. Acumula cuatro fracasos en su cacareado plan de «partido a partido» y su condición de leyenda del club se ha difuminado con unos resultados que no llegan y un discurso (repleto de lugares comunes futbolísticos) que no convence a nadie. El utrerano domina (o cree dominar) la dialéctica. Así lo ha ido demostrando a lo largo de su dilatada trayectoria como entrenador tanto cuando ha estado contratado por un equipo como cuando ha estado libre. Pero el sevillista le ha dicho ya a Caparrós lo mismo que antes le dijera a sus odiados directivos: no es tiempo para populismos. Basta ya de apelar al sevillismo del aficionado, de dar lecciones de cómo amar al club o de pedir unidad. Ese momento ya pasó, el hincha sevillista lo dio todo cuando se lo pidieron y sus representantes sobre el terreno de juego y en el palco no hicieron lo propio. Incluso el club lo ha debido entender a tenor del comunicado publicado tras los incidentes del sábado. Decía estos días que no le pedía nada a la afición porque suficiente le habían pedido ya, pero acto seguido requirió unidad al sevillista. Ahí es nada. Caparrós, que presume de experiencia que nadie le discute, parece que no ha aterrizado aún en el actual Sevilla: ni gana, ni convence ya a nadie apelando al manoseado sentimiento de pertenencia. No le da al Sevilla lo que requiere ni en el campo ni en la sala de prensa.
A su discurso hay que añadir su toma de decisiones puramente futbolística que no ha estado exenta de populismo ¿Que la afición quiere dos delanteros? Toma, dos delanteros ¿Que no nos gusta lo que hay y queremos más espacio para los chavales que vienen desde atrás? Hago titular el primer día a Ramón Martínez y el segundo a Hormigo. Es evidente que cuando algo no funciona conviene cambiar para buscar resultados diferentes, pero las modificaciones deben ir siempre acompañadas de razonamientos futbolísticos. La afición no gana partidos, ayuda a ello. Los futbolistas y los entrenadores, sí.
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