Caparrós arranca la rama del olivo
El utrerano coge de nuevo al Sevilla, demostrando su sevillismo y la improvisación de sus dirigentes
Joaquín Caparrós Camino no le dirá jamás que no al Sevilla cuando este llame a su puerta. Nunca. Señalarlo como cómplice de tapar a los dirigentes con su decisión de recuperar el chándal es de conocer muy poco al utrerano. De no saber cómo es ... en absoluto. Si mañana le mandasen de emisario diplomático a Oriente Medio por necesidades del Sevilla, ni siquiera preguntaría qué debe hacer antes de hacer la maleta y coger un avión. Así es Caparrós. Su sevillismo le puede. Dejando claro esta verdad absoluta por delante, queda preguntarse si quien dirige el Sevilla lo hace con una máscara del presidente y está tratando de destruir al club desde dentro. Casi burlándose de la inteligencia de una afición que vio cómo el entrenador era renovado casi sin empezar a ganar. Seis meses después toca echarlo. La coherencia no es la madre de la ciencia, como si lo es la paciencia, aunque en fútbol ninguna importa lo más mínimo. Caparrós es un escudo envuelto en el oro de su banquillo legendario en Nervión, distinción que se le dio el pasado año. Tapará pocas vergüenzas. Son tantas que es imposible. Sólo intentará que el equipo deje de dar pena y que Nervión ruja de nuevo en pos de la victoria. El otro rugido contra el palco no se borrará. Arrodillados ante su histórico entrenador, beligerantes contra quienes han convertido al Sevilla en un circo.
No hay tiempo de conceder el perdón, por mucho que estemos en época de ofrecerlo. No para quien piensa que el Sevilla es un juguetito que le ha tocado en la tómbola que retumbará en nuestros oídos tras las cornetas. Se ha vuelto a tirar una temporada por la borda, gastando alegremente otro finiquito que era inferior al utilizado a inicios de curso, cuando los golpes de pecho y mando, imitando el gen impulsivo paterno, que no la mala uva deportiva, esa que llevó al club a cotas con las que ahora esa imposible soñar. Y no porque no se pueda, sino que cualquiera ha perdido la fe viendo quien dirige sus pasos hacia el abismo. No hay solución. El menor de los males, siendo malísimo, del Sevilla era su entrenador. Tampoco está en el director deportivo la solución a este camino a la perdición. Será el próximo en caer. Judas no hace prisioneros. Va por derecho. Con beso y sin beso. Hasta que sus próximos, los que lo mantienen, no encuentren la fórmula del cambio, esa que provoque realmente un cataclismo en Nervión, da igual quien fiche o dirija al equipo. Al menos Caparrós creará comunión. Cercanía. Amor a los colores y devoción al escudo. No es mucho, realmente lo es todo.
El sevillismo no se callará. Ni puede ni debe. Su club está gobernado desde un despacho sin ventanas a la calle. Mirando el folio en blanco donde aparecen exactamente las cero soluciones a corto y medio plazo para este Sevilla. Domingo de Ramos. Tiempo de reconciliarnos con nuestro pasado. Recordar años de familia, túnica y caramelos. De bulla y cera. Joaquín Caparrós atrapa con ese recuerdo de su esencia. La vida no perdona y sus energías no serán las mismas a sus 69 años. Levantará el orgullo del sevillismo desde las catacumbas en la que lo han enterrado quienes parecen quererlo bien muerto para que la venta sea un reclamo popular y no una decisión controvertida de esos herederos que cuentan más billetes que alegrías. Que se esconden bajo un antifaz mediante quien de acciones anda cortito se lleva varazos de olivo en el lomo. Joaquín ha cortado una ramita. Como quien pide paz. Mejor una tregua. Para el equipo. Conseguir una salvación tranquila y que el sevillismo deje de sufrir. Al menos ahora está representado. Por quien se fue y siempre permanece. Por uno de los suyos. Por otro al que la historia se ha encargado de colocarlo en los altares del Sevilla. No es un salvador, es simplemente Joaquín Caparrós.
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