Respetad el escudo
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El Sevilla F.C. se sitúa en los escalafones más bajos de la cadena trófica: una pieza fácil para cualquier depredador
Sevilla - Athletic, las notas del partido: más de lo mismo para empezar 2024
Sevilla
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Iniciar sesiónPrecisamente ayer se estrenó en Netflix La sociedad de la nieve, la última película de Bayona que narra la historia del equipo de rugby uruguayo que quedó atrapado en los Andes tras un accidente aéreo. Viendo la película (spoiler), te entra un frío terrible. Y ... tras contemplar lo mal que lo pasan todos, cualquier inclemencia meteorológica acaba pareciéndote una insignificancia.
Se dio la circunstancia de que vi la película justo antes de viajar a Sánchez-Pizjuán para presenciar el partido contra el Athletic. En los momentos iniciales del encuentro llovía a chuzos, pero en Los Andes lo que caía era mucha nieve y la gente moría de frío. ¿Qué era eso comparado con cuatro gotas?
Otro spoiler: en la película, los supervivientes del accidente aéreo acaban recurriendo al canibalismo para salvar sus vidas; se ven obligados a alimentarse de los cuerpos de sus compañeros fallecidos. Ayer, en el Sánchez-Pizjuán, el Athletic también se empleó a fondo en las artes caníbales, pero en este caso nos comieron vivos. Aunque también hubo, y mucho, de autocanibalismo: porque el Sevilla se comió a sí mismo. Un ejercicio de autoinmolación perpetrado sin ninguna pasión, más bien con insoportable aburrimiento.
LaLiga, como cualquier competición deportiva, tiene una indudable dimensión darwiniana: solo los más fuertes sobreviven. Los equipos depredan, todos son carnívoros, y las especies más depredadoras son las que están a la cabeza de la cadena trófica. El Sevilla F.C. ha devaluado tanto su condición que, además de no encontrar patrocinadores -la degradación reputacional del Sevilla F.C. en esta temporada se convertirá, estoy seguro, en caso de estudio-, se sitúa en los puestos más bajos del ecosistema deportivo de la Primera División. Tanto que el próximo partido de la Copa del Rey, contra un equipo de Segunda, se antoja hoy una meta bastante inasequible.
El último spoiler de la peli de Bayona: al final, el grupo es rescatado por la valentía de varios de sus miembros, los más capacitados, los verdaderos líderes. Durante días, caminan en soledad remontando altas cumbres para buscar algún rastro de civilización. Lo consiguen, y ese liderazgo acaba salvando al mermado grupo.
En el Sevilla, un capitán hizo ayer lo que ningún capitán de ningún equipo debería hacer jamás: enfrentarse con un aficionado a gritos. Mientras concedía declaraciones a pie de campo, Sergio Ramos se encaró con alguien de la grada pidiéndole que respetara a la gente y al escudo y se callara.
Pero la gente no va al fútbol a callarse, capitán. La gente, como la que ayer se desplazó al Sánchez-Pizjuán, acude a mojarse, pasar frío y quitarle horas a sus familias en la víspera de los Reyes Magos para ver a un equipo que, al menos, dé la cara y luche. No podemos reprochar a Sergio Ramos que no lo hiciera, pero sí que no se callara, precisamente él, foco de todos los medios de Madrid, principal cabeza visible y embajador del sevillismo, que ahora, sin duda, será utilizado a nivel nacional como el reflejo de la desesperación.
Hubo varios síntomas muy preocupantes de la falta de actitud del Sevilla. La primera que detecté, precisamente, fue motivada por Sergio Ramos. Tras el primer gol de Athletic, Ramos pidió a sus compañeros que se animaran. Suso, a quien tenía enfrente, lo observó con la vista baja; no cabía más tristeza en una mirada. La segunda se produjo con la lesión de Gudelj. Cuando Rakitic salió del banquillo para sustituirle -cosa que no se produjo, por Dios, hasta transcurridos cuatro minutos-, parecía que acababa de levantarse de la siesta. Pura abulia.
Es cierto que no hay banquillo. Pero tampoco hay actitud. Se confunde rabia con liderazgo y el mal rollo se respira en el ambiente: una corriente fétida que contamina por igual el campo y los despachos del Sánchez-Pizjuán.
Quizá se trate realmente de eso. Quizá va siendo hora de que se respete el escudo. Y no, precisamente, la afición.
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