Vettel gana en Suzuka y mantiene viva la esperanza en el Mundial
Cuentan los sabios serenos de la televisión -los hay- que la pócima mágica consiste en mantener al espectador con las pulsaciones altas sin recurrir a la mentira. Es la teoría del optimismo perpetuo. Una especie de mundo feliz donde las malas noticias pertenecen a los ... visionarios que se ajustan las gafas negras del odio. Aplicado a la F-1 y la televisión, la palabra aburrimiento está prohibida. No se puede caer en la tentación de transmitir la verdad cruda y dura, aunque el bostezo mañanero invite a una amplia comunidad de aficionados a darse la vuelta en la cama y seguir durmiendo. Vettel ganó en Suzuka en un pelmazo de carrera.
En Japón no saben lo que es el tedio. Su sentido de la vida gira hacia el agradecimiento infinito. No hay público deportivo más complaciente y satisfecho que el nipón. En vez de mirarse el ombligo del localismo (Toyota, Nakajima, antes Honda), atribuye una grandeza sin igual a los contrincantes. Reconoce la estatura de los otros protagonistas y contextualiza el deporte en su dimensión. Sucede, como dijeron los ponentes de Tokio en la candidatura olímpica, que son desapasionados. Les falta ardor guerrero para imponer su exquisita educación.
Ayer, en Suzuka, se tragaron un tostón sin una mala cara. Llegaron en oleadas, se sentaron en orden, presenciaron la victoria de Vettel y el segundo puesto del Toyota de Trulli y se marcharon con el mismo estilo marcial de las hormigas que recogen grano para el invierno.
Lo que vieron fue una exhibición de Vettel y su Red Bull equipado de serie para las curvas rápidas, que no precisan el pedal de freno de Suzuka. Sus famosas «eses» a ritmo supersónico. La carrera desmintió una vez más la vieja doctrina que pesa sobre la Fórmula 1, según la cual aquí sólo pinta algo el coche y nada el piloto.
Muy al contrario. El monoplaza puede representar el 70 por ciento del resultado, pero el 30 por ciento (o sea el piloto) es tan determinante que un conductor mediocre lleva a la ruina y un campeón da el ciento veinte por cien para elevar el valor de la marca. Eso pasa con Vettel.
El alemán tiene el mismo coche que Webber (piloto experimentado, potente, ocho temporadas ya en la F-1, un triunfo, una «pole»...). Vettel debutó el año pasado con otro equipo -Toro Rosso, menos caché, menos recursos- y ha mantenido la trayectoria. Cuatro victorias, cinco «poles» y aspirante a ganar el título. ¿Quién parece mejor? ¿A quién ficharía usted para su escudería?
Accidente de Alguersuari
La carrera no se alteró más allá de los habituales adelantamientos o retrasos en las paradas de garaje. Y lo que parecía un improbable -la irrupción del coche de seguridad en un circuito amplio, con escapatorias kilométricas- tampoco movió el manzano. Jaime Alguersuari perdió el control de su Toro Rosso y, a falta de nueve vueltas, el Mercedes de Maylander juntó a todos los coches en la pista. Antes de que se dieran cuenta, Vettel aceleró, exigió el máximo durante un par de giros a su Red Bull y ni Trulli ni Hamilton vieron un hueco por el que amenazar su triunfo. Button sigue administrando las rentas del pasado y con su renqueante octavo puesto de ayer, uno por detrás de Barrichello, se proclamará campeón en Brasil si acaba tercero. Rubinho pretende alargar la persecución hasta Abu Dhabi, pero da la impresión que no le va a alcanzar el aliento.
Alonso no salió en la tele. Tripulante desde la decimosexta plaza en la parrilla, navegó sin mayor oficio ni beneficio en la cola del pelotón. Renault ya no se está jugando grandes millonadas en la clasificación del Mundial de constructores que reportan luego mayores beneficios en el reparto de los derechos televisivos y él tampoco metió la pierna. Aun así, terminó décimo, seis puestos por delante de su ubicación original. Un asunto que ha dejado de concitar la atención en España, toda vez que, tanto él como su masa de seguidores, vuelan ya mentalmente hacia el 14 de marzo de 2010 en Bahrein, fecha y enclave de su debut con Ferrari.
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