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Letras a la Taza, librerías frente al algoritmo
Letras a la Taza es como se llama el local tudelano de Miguel Iglesias, presidente de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL)
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Iniciar sesiónUna librería no como un lugar donde se despachan libros, sino más bien un lugar donde quedarse a vivir. Por lo menos un rato. Un espacio para presentaciones literarias, cuentacuentos, talleres, conciertos, tertulias, recitales… y hasta clubes de lectura en castellano, en inglés y ... en euskera.
Letras a la Taza, que es así como se llama el local tudelano de Miguel Iglesias, presidente de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL): 1.100 locales asociados de toda España. Libros a la taza, a la cerveza, al vino o al gintónic, modo cata o modo degustación… como para no quedarse un rato más con los libros.
De pequeño, Miguel Iglesias nunca soñó con ser librero. O sí. El caso, dice, es que nunca fue buen estudiante, pero no porque no le gustaran los libros, sino más bien al contrario: porque no paraba de leer. A la connivencia de su madre llegó a encontrar la de algún profesor, que le permitía leer en clase si se estaba calladito y no metía bulla. No diremos el nombre del maestro, pero podríamos, ya que los hechos han prescrito. Lo que a la sazón leía, o más bien tragoneaba, era todo lo que salía de la pluma de Stephen King. Después le atrapó por completo Saramago, de modo muy especial su 'Ensayo sobre la ceguera'. Y hoy es un lector furibundo de la literatura japonesa, véase 'Kitchen', de Banana Yoshimoto. ¿Que por qué? Porque entre los japoneses es más importante cómo te lo cuentan que qué te cuentan. Y porque hay siempre una cierta poesía alrededor de todo lo que escriben. Será verdad…
Puestos a salir adelante en la vida, el actual presidente de los libreros estudió el grado superior de informática, y hasta trabajó 18 años seguidos en la cosa. Pero acabó hasta los algoritmos. Un día pasó por delante de una librería y leyó el cartel: «Se necesita personal». Y de nuevo contó con la connivencia de su madre, que siempre le había dicho que intentara trabajar en lo que le gustaba. Si le hubiera gustado el cine, no le habría importado ser acomodador, dice, pero como lo que de verdad le gustaba eran los libros, a los 27 años cambió de rumbo y se hizo librero. Quizás una de las primeras víctimas en nuestro país de esa enfermedad que en los Estados Unidos se conoce como fatiga digital. O mejor, un visionario de ese repunte gigantesco que vive el libro de papel en todo el mundo. Los agoreros, dice también, se olvidaron de algo que pertenece a la condición del ser humano: el «toque romántico».
Un lugar, dice, de resistencia, como se demostró durante la pandemia
Y librero, enseguida, de cuerpo entero, cuando abrió negocio propio con su socio David Martón: trabajador de cara al público, escuchador de lectores, compartidor de gustos y de lecturas… y recomendador. Eso que hoy se dice prescriptor. Porque las librerías, de nuevo frente al algoritmo, opina, son las verdaderas prescriptoras para la mayoría de los lectores. Si ya te vuelven locos las listas de los más vendidos en las plataformas, ¿qué decir de las listas de los libros «relacionados»? Loco y medio.
Así que libros a la taza, o al güisqui, como en el salón de casa. Para seguir alimentando un mundo maravilloso, el del libro, que se continúa declarando, como el teatro, en batalla permanente. Un lugar, dice, de resistencia, como se demostró durante la pandemia. Y se sigue demostrando tres años después. Una ligera bajada, quizá, en 2023, pero un panorama que pinta bien, o muy bien, en lo que va de 2024. Resistencia, asegura, y «bibliodiversidad»: un ecosistema lleno de viejas y nuevas especies literarias donde caben los libros y los sellos grandes y los menos grandes. Un pequeño gran mundo, además, en el que la unión de los libreros en una confederación como CEGAL tiene todo el sentido: cada comunidad con su idiosincrasia, pero todas juntas a la hora de defender los intereses nacionales.
Y por delante, algunos retos. Como el de aprovechar al máximo las nuevas tecnologías sin desvirtuar el espíritu del librero. O como el de conseguir el relevo generacional: en 2023 bajó en España el número de establecimientos con respecto a 2022, y ahora se trata de conseguir que en tres o cinco años todas las jubilaciones anunciadas en el sector, que no son pocas, se transformen en traspasos, antes que en cierres. Una cuestión que no es solo de las librerías, sino del comercio en general. En el horizonte, la certeza de que los jóvenes, como en su día Miguel con su dispensa académica con Stephen King, siguen leyendo. Cosas distintas y de manera distinta. Por ejemplo, pasando por su librería los viernes y los sábados «como un huracán». Y comprando libros. Solo hay que escuchar bien al lector, dice él, con independencia de su edad
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