LA TRASATLÁNTICA
'The Last of Us'
La serie que vieron todos los amigos progre de aquí, y hasta dónde sé, también los de todo el mundo me dejó un gusto entre el terror y la preocupación
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Iniciar sesiónHe cruzado la inmensidad continental de los Estados Unidos dos veces y hubo un momento, en ambos recorridos, en que me pareció inimaginable que después de tanto kilometraje, tantos paisajes y tantas variaciones culturales, siguiera en el mismo país. La primera ocasión en que ... me sucedió fue en el estacionamiento de una heladería en un pueblo desolado de la frontera entre Minnesota y Dakota del Sur. Después de días manejando, de un sinnúmero ciudades musculares, de ríos, puentes, bosques, maizales infinitos, noté que en la marquesina de una sala de cine destacaban las mismas películas que pasaban en Washington DC -donde vivía por entonces.
A esta inmensidad sólo la suma el denominador de la cultura pop. Los 300 millones de gringos compran la misma ropa en las mismas tiendas, escuchan las mismas canciones, creen que Wakanda existe y ven las mismas series de televisión para comentarlas en cenas con charlas idénticas aunque una suceda entre millonarios que se esfuerzan por verse como pobres en Brooklyn y la otra entre pobres que creen que se ven como millonarios en Oklahoma.
Realidad imaginaria
Esa amplitud que sólo puede ser definida como geológica, matizada por el consumo, tiene correspondencia con una variedad extrema de climas políticos y una desconfianza generalizada del gobierno central. Aunque ciertos derechos estén garantizados por todo el país, lo del diario —la educación de los hijos, la tolerancia a los migrantes, el acceso a la salud reproductiva, las normas de tránsito o hasta la hora— tienen que ver con leyes e idiosincrasias regionales, que pueden divergir mucho dependiendo de qué lado esté uno de una línea en realidad imaginaria. Y si las diferencias son notables, las percepciones sobre cómo viven los otros son catedralicias. La gente de Texas piensa que el apocalipsis zombi ya sucedió en Nueva York y los californianos calculan que Arkansas está por salir del paleolítico.
Vivir en Nueva York garantiza hasta cierto punto respirar una atmósfera abierta. Es por eso que ver 'The Last of Us'—la serie que vieron todos los amigos progre de aquí, y hasta dónde sé, también los de todo el mundo— me dejó un gusto entre el terror y la preocupación. Si la ficción implica una fantasía del yo nacional, mis amigos que votan por los demócratas o el Partido de las Familias Trabajadoras —la izquierda local— difieren sólo en ciertas formas del tumulto que trató de tomar el Congreso hace poco más de dos años. Según la serie, salpimentada con relatos de inclusión, la gente que está armada hasta los dientes y está dispuesta a vaciar el cargador de un rifle de asalto es la única apta para sobrevivir, el debido proceso es un incordio que de no existir nos mejoraría y la invasión de los otros ya nos colma por más esforzada que sea nuestra campaña de limpieza étnica.
Terminé el último capítulo y me asomé a la ventana. Estamos por volver por unos días a casa, así que mi pasaporte mexicano ya está sobre el escritorio. Vi a los neoyorquinos que pasaban por la calle y volví al pasaporte. Pensé que si los gringos hicieran política con el inconsciente, Donald Trump sería el candidato de la izquierda.
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