La transatlántica

Cambio de juego

En 'On Savage Shores', Caroline Dodds Pennock revela un catálogo de indígenas americanos que cruzaron el Atlántico y, mayormente, se quedaron

La historiadora británica Caroline Dodds Pennock

En esa pequeña obra maestra que es el relato fantástico 'La culpa es de los Tlaxcaltecas', Elena Garro se ocupa del problema de la diferencia americana. En las zonas en que las culturas indígenas del continente tuvieron el vigor para resistir la invasión europea — ... casi todas—, el periodo de la conquista y ocupación opera, todavía, como un trauma. Quedó el recuerdo nunca bien articulado de un mundo sólido que se rompió por la fuerza y la memoria de esa ruptura es como un río subterráneo que modifica un paisaje sin que nadie lo vea.

En 'La culpa es de los tlaxcaltecas', Laura es una mujer mestiza que vive en los suburbios acaudalados de la ciudad de México y padece la facultad prodigiosa de volver a ser, cada tanto y cada vez con más frecuencia, una joven mexica cuya historia de amor con un guerrero de Tenochtitlan fue interrumpida por la llegada de los castellanos. En el cuento, Laura, una viajera en el tiempo involuntaria, se identifica, aunque nunca lo diga, con Malinalli, la traductora de Cortés que pasó a la historia como La Malinche y que terminó en la frontera entre dos mundos. No es ni mexicana ni azteca, sino algo a mitad de camino y sin remedio: un lío de nostalgia y culpa.

La sensación de la historia como trauma no es ni remotamente privativa de América, pero, al menos según Elena Garro —muy a la medio siglo—, ese trauma opera como un recuerdo con potencia sagrada: éramos uno y somos dos. Nos relacionamos con América mediante la culpa y con Europa mediante la escasez. Nuestros ancestros fueron los asesinos de algo prodigioso, y que se lo hayan cargado tampoco nos hizo mejores, ni siquiera millonarios. Ocupamos un territorio que podemos reclamar porque lo traicionamos. Esa historia es conocida. Lo que es menos conocido es el relato opuesto: el de los indígenas americanos que se apoderaron, aunque haya sido sólo por un momento, de un pedacito de territorio europeo. En 'On Savage Shores', que aparecerá en inglés a principios del año entrante, la historiadora británica Caroline Dodds Pennock revela un catálogo largo y significativo de indígenas americanos que cruzaron el Atlántico y —mayormente— se quedaron.

Las fuerzas fueron siempre brutalmente desiguales, por supuesto. No es lo mismo apropiarse a chingadazos de un continente que hacer el viaje de vuelta para exigir justicia municipal. Pero el dibujo de Europa que va apareciendo conforme progresa el volumen es una sorpresa. De pronto resulta que Sevilla y sus inmediaciones —y más tarde Madrid, París y Londres— pasaron por un primer proceso de americanización en el que no era raro ver el séquito de un príncipe inca, un cacique mexicano, o un jefe inuit.

Un paisaje en el que las Coronas europeas eran forzadas una y otra vez a pagar gastos y retribuciones a americanos que demandaban justicia. Mil golondrinas no hacen tampoco una primavera, pero el libro de Dodds Pennock agrega una raya más al tigre cada vez mejor documentado de la influencia indígena en tiempos posteriores a las conquistas. Al incluir a los naturales de América como agentes de cambio en un sistema globalizado, modifica el tablero.

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