El británico David Chipperfield gana el Pritzker, el premio más importante de la arquitectura
El jurado del prestigioso galardón ha destacado su compromiso con una arquitectura «de presencia cívica discreta, pero transformadora»
David Chipperfiel: defensor de un modelo de vida sostenible desde un pueblo pesquero de Galicia
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David Chipperfield posa en una imagen de archivo delante de una imagen generada por ordenador del Centro Nobel
Sempiterno futuro ganador del premio Pritzker, el británico David Chipperfield CH, Caballero de la Orden de Honor, ha recibido finalmente este galardón este año, en un momento en que esa arquitectura que él lleva décadas firmemente practicando y reivindicando, impasible ante las idas y venidas de tendencias y neologismos de moda, se identifica con enorme claridad como paradigma del sentido de durabilidad de lo construido. Un sentido cada vez más incorporado a la imprescindible noción de arquitectura sostenible, a ese reciente descubrimiento, cual epifanía, de algo que siempre ha sido una cuestión de lógica y sentido común: que un edificio resistente en lo físico y simbólico va a tener una vida estable y prolongada que hará innecesario su derribo total y la obligación de construir uno nuevo.
El jurado del Pritzker elogia esas cualidades. Su compromiso con una arquitectura «de presencia cívica discreta, pero transformadora, y la definición – incluso a través de encargos privados- del ámbito público, hecha siempre con austeridad, evitando movimientos innecesarios», que transmite a nuestra sociedad «esa dimensión de la sostenibilidad que no ha sido evidente en los últimos años: la de que la sostenibilidad como pertinencia no sólo elimina lo superfluo, sino que también es el primer paso para construir estructuras capaces de durar física y culturalmente».
Nacido en 1953 en Londres, la determinación de Chipperfield a transitar por su propio camino viene desde el principio. En una entrevista de 1998 hablaba de las razones por las que decidió arrancar su práctica arquitectónica en 1984 desligándose radicalmente del modelo planteado por Norman Foster y Richard Rogers, con quienes había trabajado, y que en aquel momento comenzaba a ganar enorme reconocimiento.
«Mi escepticismo sobre la «gran visión» y los recelos ante la ideología de aquella arquitectura – que toda decisión debía basarse en un cierto tipo de determinismo- lo que me llevó a creer que producir unas pocas cosas pequeñas estaba bien», decía entonces. «Las experiencias de la vida hacia las que gravito y que más disfruto son aquellas en las que lo normal se ha hecho especial, en oposición a esas donde todo consiste en lo especial», una afirmación que podría servir para explicar su concepción del diseño como una actividad eminentemente fundamentada en lo conceptual, en el desarrollo de unas preguntas o ideas que posean rigor e importancia, y no tanto en cuestiones visibles, como formas y colores; y que explica también su preferencia, señalada en esa entrevista, por la obra de arquitectos europeos en cuyo trabajo «hay cosas que te resultan familiares y también, al mismo tiempo, algo que te produce un shock», como el portugués Alvaro Siza, algo que no percibía en la arquitectura de su país.
Neues Museum
Formado en la Kingston School of Art y la Architectural Association, su primer proyecto fue el diseño interior de la tienda del diseñador Issey Miyake en Londres, un trabajo que le llevó a construir varios edificios en Japón, como la sede de Toyota en Kioto (1990) y la de la empresa de construcción Matsumoto en Okayama (1992). El primer edificio construido en su país fue el Museo Fluvial y del Remo en Henley-on-Thames (1997), que fue seguido por proyectos para viviendas particulares, locales, edificios residenciales y de vivienda en Inglaterra y también en Alemania, país donde llevaría a cabo uno de sus trabajos más aclamados, el Neues Museum de Berlín (1994).
Al servicio de la humanidad
En la memoria redactada para este proyecto, que lo enfrentó a la restauración del edificio del siglo XIX diseñado por Friedrich August Stüler, Chipperfield manifestaba: «Yo no soy conservador por naturaleza; creo en las posibilidades del futuro y también en la evidencia del pasado. Ya casi en el siglo XXI deberíamos ser capaces de enfrentarnos al pasado sin tratar de parodiarlo, y de mirar al futuro sin extravagancias». Leída en retrospectiva, teniendo presente que en aquel momento se avecinaba la eclosión del delirio de los edificios icónicos, esa afirmación era una especie de firme declaración de principios a contracorriente, una manifestación de carácter que también destaca el jurado del Pritzker en su declaración: «Es firme, pero sin soberbia; evitando consistentemente las modas para así afrontar y mantener las conexiones entre tradición e innovación, al servicio de la historia y de la humanidad».
La belleza de la arquitectura de Chipperfield deriva de su lenguaje contundentemente sobrio, el vigor de su estricta firmitas. A lo largo de cuatro décadas ha construido más de un centenar de edificios en países de Asia, Europa y Norte América que abarcan todo tipo de tipologías y entre los que cabe destacar la sede de la BBC (Glasgow, 2007), la Galería Hepworth Wakefield (Wakefield, 2011), el Museo de Arte de San Luis (2013), el Museo Jumex (México, 2013), la capilla del Cementerio de Inagawa (Hyogo, 2017), la Galería James Simon (Berlín, 2018), el plan maestro para la Royal Academy of Arts (Londres, 2018), así como los recientes Morland Mixité Capitale (París, 2022) y la restauración y reinvención de Procurate Vecchie (Venecia, 2022), un edificio del siglo XVI, para la que ha contado con el trabajo de artesanos tradiciones para recuperar los frescos, suelos de terrazzo y pastellone y estucados, en una puesta al día que aúna tradición y contemporaneidad.
Galardonando a David Chipperfield, el jurado del Pritzker parece desmarcarse de la deriva que había tomado en los años recientes, más pendiente de cumplir con cuotas y de la corrección política. Aunque atenta al soplo del viento del tiempo, decide ahora premiar a un arquitecto y a una obra que se defienden desde la propia arquitectura, sin necesidad de aditamentos ideológicos. La trayectoria de Chipperfield es ejemplar. Es difícil encontrar en ella una mácula. Un arquitecto dedicado a construir y reconstruir con cuidado y precisión, cuya única posición teórica es el hacer. Por este motivo, si hubiera que forzar señalar una flaqueza en esa trayectoria, esta sería su dirección de la edición de 2012 de la Bienal de Venecia, bajo el título Common Ground, tal vez insatisfactoria e intrascendente, corroborando que el peso de su valor como arquitecto se encuentra en diseñar y construir. Obviando esto, lo que queda es una trayectoria sólida y ejemplar que en el escenario de hoy manifiesta su integridad, coherencia y elegancia más claramente que nunca.
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