HACIENDO AMIGOS
GAMONAL Y LA RABIA
Con todas las burradas urbanas que se han hecho en este país, uno no veía que un bulevar diera para tanto
LA realidad nunca es blanca ni negra. Es gris, de acuerdo, pero entre los grises hay tonos muy elocuentes. Confieso que, cuando supe del pifostio de Gamonal, tuve sentimientos y pensamientos encontrados. Por un lado, me pareció un tanto exagerada esa sublevación a la que han dedicado tanta tinta los periódicos. Desde el 18 de julio no se había visto semejante movida en esa augusta, adusta y vetusta ciudad castellana. Con la cantidad de burradas urbanas que se han hecho en este país, uno no acababa de ver, la verdad, que la construcción de un bulevar diera para tanto. Por otro lado, la precipitada épica municipal del alcalde, ese ridículo y numantino «no pasarán» me sonaba a la clásica habilidad del PP para meterse en todos los jardines, en todos los charcos y en todas las trampas que le tiende la oposición. Hay que ser torpe –pensé– para crear un conflicto social en una apacible, oficial y castrense ciudad en la que las mayores movidas que se recuerdan son el Proceso de Burgos, la Junta de Defensa Nacional del 36 y la Jura de Santa Gadea. ¿Cuál sería el siguiente paso? ¿La sublevación de Segovia? ¿Soria en armas? ¿La batalla del Alcázar de Toledo?
Y de pronto se produce la única decisión realmente acertada que ha tomado Javier Lacalle en todo este bochinche: la paralización sorpresiva y definitiva de las obras. Una decisión que acaba de pillar con el pie cambiado a todo ese inflado, impostado e injustificado «Nunca Mais» sin Prestige. Y de pronto se le ve el plumero puramente antipepero a todo ese desproporcionado movimiento asociativo que quiere seguir reuniéndose, asociándose, montando asambleíllas cuando el tema de discusión ha quedado zanjado; cuando sencillamente ya no hay tema sobre el que discutir. Se supone que, muerto el perro, se acabó la rabia, pero aquí la rabia sigue aunque ya no haya perro. Aquí la rabia quiere seguir mordiendo; convertirse en otra cosa; o sea, hacer el verdadero bulevar, el genuino paseo, la auténtica y única pasarela de Gamonal que no es la urbanística sino la ideológica. Se quejaba esa peña vecinal de que la propiedad y el uso del parking que quería hacer el alcalde iban a costar dinero, como si hubiera algún parking gratuito en este país. Y, curiosamente, en lo que se quiere convertir ahora Gamonal es en la pista de aterrizaje, en el territorio comanche, en el parking gratuito de Ada Colau.
La realidad no es blanca ni negra. Detrás de Gamonal hay, ciertamente, una inicial torpeza del partido gobernante. Hay una guardería clausurada, una innegable problemática social y un legítimo descontento de las capas de la población más tocadas por la crisis y los recortes. Pero hay también unos profesionales de la agitación y mucho más: una estrategia desestabilizadora de envergadura nacional cuyo objetivo es fabricar una falsa conflictividad civil en una Castilla en la que no se ha movido un gato desde la época de los Comuneros. La realidad es gris, de acuerdo, pero a veces de un gris muy oscuro.