Un hombre al uso
He visto por televisión cómo varios estudiantes, que habían sido premiados por sus excelentes resultados académicos, le negaban al ministro de Educación el saludo. Era un saludo que respondía a la concesión de una distinción. Resulta que los representantes de los poderes públicos quieren premiar el esfuerzo de los estudiantes excelentes, y algunos, como agradecimiento, les niegan el saludo. Se puede hablar en este caso de mucha instrucción y poca educación. Se puede hablar de escasa coherencia: si no vas a corresponder a la distinción, no la recojas. Pero de lo que no parecen haber hablado o escrito los que se dedican al oficio de opinar es del peligroso síntoma que anuncia esa actitud: la intolerancia y la predisposición a confrontaciones. Y además, en personas de la edad de los premiados, muestra un cierto ego dispuesto a llamar la atención, a dar la nota discordante: a ser «un nota». Muchos de los que creen tener una instrucción excelente también tienen la cabeza llena de teorías (algunos, de utopías más o menos coherentes) y carecen del sentido común necesario para llegar a ponderar algo diferente de sus planteamientos. Su ego les lleva a creer que están poseídos de la verdad, que su teoría o visión de la realidad es tan infalible que no admite retoques. Por ello desprecian al que no piensa como ellos. El personaje en cuestión, que ha negado la correspondencia al saludo del ministro de Educación, además de desagradecer la distinción, parece tener déficit de realidad y confundir gigantes con molinos de viento. Parece pertenecer a ese grupo de magníficos que consideran que están en la verdad, sin más precisiones. Probablemente le falte, y no es poco, realizar sus análisis sin aplicar doctrinas previas o clichés. Se le puede aplicar lo que dejó escrito Antonio Machado en una de sus poesías: «… un hombre al uso, que sabe su doctrina». Y en este caso la doctrina es la confrontación.
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