CAMBIO DE GUARDIA
ASAD Y LOS ISLAMISTAS BUENOS
La ofendida proclama de Siria contra Israel está a la altura justa para conmover a cualquier imbécil
CONTRAPONER islamistas buenos a islamistas malos es muy consolador: apuntala ilusiones y buenas voluntades. Europa vive en eso. Puede que no haya entendido aún que es sobre este ... continente donde sitúa el yihadismo su tierra de misión. Europa vive en su ensueño. Ni la ruina económica, ni la constancia de su vulnerabilidad militar la sacarán del letargo. Vive en el «fui» de las viejas solteronas. Estéril y abúlica.
En la otra orilla del Mediterráneo, persevera la última reliquia moral europea: Israel, a quien la permanente declaración de guerra de sus vecinos no permite abandonarse a plácidas nostalgias. Ni a fantasías benévolas. Un asesino bueno y un asesino malo no se distinguen mucho, si uno es el blanco cuya cabeza tratan ambos de cobrarse.
La ofendida proclama del gobierno sirio contra la destrucción por Israel de sus misiles, está a la altura justa para conmover a cualquier imbécil. Y a bastantes dirigentes europeos. El último asesino de la dinastía Asad se duele de que el bombardeo israelí haya ayudado a los «terroristas de Al Qaeda» que combaten para derrocarlo. No es falso que yihadistas suníes vertebren a los insurgentes contra una tiranía siria frente a la cual planifican su propia tiranía teocrática. Tampoco lo es que Siria -mayoritaria población suní bajo gobierno chiita- sea la prolongación de Irán: a través del régimen de Al Asad, controlan los ayatolás de Qom la esencial pieza libanesa; hoy, la franja que hace frontera con Israel es territorio privado de Hezbolá, que no es, en rigor, más que unidad en el Líbano de los pasdarán iraníes. No hay otra vía de abastecimiento de esa unidad que la que pasa a través de Siria y atraviesa luego el fragmentado laberinto libanés. Hasta llegar a la raya misma de la frontera israelí.
Los «islamistas buenos» -léase, chiíes- de Asad reciben misiles de última generación iraníes, susceptibles de ser equipados con las cabezas químicas que Siria posee desde hace mucho. Completado su montaje y transporte, esos misiles acabarán en manos de los aún más buenos milicianos de Hezbolá, mientras el ejército de Asad usa la dosis de esa misma medicina que juzgue más conveniente contra los «islamistas malos» -vale decir, suníes-, empeñados en derrocarlo. ¿Cómo podría no entender occidente que gasear a gente así sea cosa digna del mayor respeto? No debe equivocarse mucho el hereditario déspota. La misma Europa que derrocó a Gadafi guarda una admirable pasividad acerca de Siria ahora.
Pero Israel lucha por su supervivencia. El gobierno sirio se queja del bombardeo contra sus depósitos de misiles iraníes, que ve como una «declaración de guerra». Olvida, muy convenientemente, que, en ausencia de tratado de paz -que Damasco siempre se negó a firmar-, Siria tiene declarada la guerra a Israel desde 1948. Si Israel fuera Europa, se daría de golpes en el pecho y aguardaría a que los primeros misiles de los terroristas buenos rociaran Tel-Aviv con gas sarín. Pero Israel aún no ha olvidado que sólo sobrevive aquel que lucha.
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