el mentidero
El gran dictado separatista
Ya tardaba el eurodiputado Ramon Tremosa en comparar a «Madrid» con Putin. Que es lo mismo que comparar a Crimea con el Valle de Aran, que se quiere autodeterminar
maría jesús cañizares
«Life’s a celebration», decía la canción. Y Félix Millet, expoliador confeso del Palau de la Música, así lo cree, como demuestra la mariscada que se zampó tras sentarse en el banquillo por el pelotazo del hotel anexo al Palau de la Música. Me ... viene bien el símil deportivo, ligado para siempre jamás con la corrupción urbanística, para recordar otro tipo de desfalco, en este caso futbolístico, el que supuestamente se cometió con el fichaje de Neymar y que obligó a Sandro Rosell a dimitir como presidente del FC Barcelona. El mismo día en que anunció su retirada, Rosell se tomó un gin-tonic en la terraza del remozado Sandor de la plaza Francesc Macià de Barcelona. Sin duda, la vida es una celebración. Para unos más que otros, sobre todo si se pertenece a la casta social de Millet y Rosell, que no son pareja pero sí residentes en Pijolandia. A quien le ha salido un ramalazo pijo, sin serlo, es a la simpática escritora Empar Moliner, rostro habitual de TV3, quien el sábado participó en el concurso «El gran dictat» y prometió destinar el premio a la independentista Asamblea Nacional Catalana (ANC) de Sant Cugat, la muy acomodada ciudad del Vallès. La selectiva solidaridad de Moliner, muy propia de determinados activistas del secesionismo, no prosperó y el premio fue a parar a una ONG mencionada por el ganador.
A fin de cuentas, de eso trataba el pacto fiscal al que tan rápidamente renunció el presidente Artur Mas, de limitar la solidaridad interterritorial. Me cuentan que su hombre de confianza, el consejero de Justicia, Germà Gordó, estaba convencido de que el Gobierno español admitiría ese concierto económico a la catalana y así se lo dijo a Mas en vísperas de su entrevista en la Moncloa con el presidente Mariano Rajoy. Gordó, hombre orgulloso, no lleva bien su error de cálculo y ahora niega la mayor, es decir, que una mejora de la fiscalidad desencallaría la situación catalana, por lo que apuesta por una hacienda soberana total. La solidaridad, así entendida, no tendría como receptor al resto de España, pero sí a los miembros más pobres de una Unión Europea que, según el independentismo, admitiría a una Cataluña segregada de España. Países como Ucrania, aspirante a formar parte del club europeo hasta que Rusia volvió a extender sus tentáculos. Ya tardaba el eurodiputado Ramon Tremosa en comparar a «Madrid» con Putin. Que es lo mismo que comparar a Crimea con el Valle de Aran, que quiere autodeterminar su relación con el resto de España. No aciertan los convergentes con sus símiles, recuerden al consejero de Presidencia, Francesc Homs, augurando una revuelta similar a la de Ucrania si no hay consulta soberanista. Tampoco atinó TV3 en la carátula soviética del programa de humor «Polònia», que hace muy poca gracia en un país que reniega de su etapa estalinista, según me explican periodistas polacos de visita en Cataluña.
El gran dictado separatista
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