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Todas las cosas que tiramos por el desagüe y que ensucian el agua

ODS 14 | Vida submarina

El aceite o las toallitas son una pesadilla para los gestores de las aguas residuales de las ciudades españolas. Son también un lastre para recuperarlas.

Desagüe. Fotolia

Raquel C. Pico

Abrimos el grifo y sale agua. Tiramos de la cisterna y se encarga de volver a poner a cero nuestros WC. La suciedad después de la ducha o de lavar los platos se escapa por el sumidero. Es algo tan cotidiano que ni lo procesamos, pero que esto ocurra fue una de las grandes conquistas de la higiene moderna. También es un proceso con consecuencias y que afecta a uno de los recursos más precarios en este contexto de emergencia climática: el agua.

«El agua es un recurso de elevado valor», señala Cristina Martínez, responsable de área ECO BIO Tecnologías del CETIM Centro Tecnológico. Los estudios y las estadísticas evidencian la presión sobre los ríos y los acuíferos. Ya no se trata solo de que se estén usando de forma extensiva en ocasiones, sino que además el comportamiento humano está llevando a que, por así decirlo, se corrompan. Y, ahí, lo que hacemos en casa cuando tiramos de la cadena o levantamos el tapón del fregadero tiene también su impacto.

En resumidas cuentas, tiramos por el desagüe cosas que no deberíamos, muchas veces por desconocimiento. «Se tira de todo. Yo he estado en depuradoras en las que te encuentras de todo», señala Daniel Herrero, Water Specialist de Idrica. Y, como suma el subdirector de Depuración y Medio Ambiente del Canal de Isabel II, Miguel Ángel Gálvez, «se usa demasiado el inodoro como papelera».

Por las cañerías de la cocina, se van restos de comidas, aunque lo que preocupa a los expertos en agua es el aceite. Lo tiramos demasiado con demasiadas pocas contemplaciones. Aunque cuando lo acabamos de usar se ve en estado líquido, en las cañerías acaba convirtiéndose en una especie de mantequilla, apunta Gálvez. Da «colesterol a las tuberías» y provoca enormes atascos, que afectan ya antes que nada a las propias casas.

Al aceite, se suman los residuos sólidos, que deberían acabar en una papelera y lo hacen, por el contrario, en el sistema de alcantarillado. Se tiran por el desagüe bastoncillos, compresas, tampones o preservativos. Estos últimos se enredan en los motores. Pero, sobre todo, se tiran toallitas, que tiene casi categoría de enemigo número uno cuando se habla con los especialistas en aguas residuales. Todos las acaban mentando.

La pesadilla de las toallitas

¿Qué pasa con ellas y por qué son un problema? Su uso no era tan habitual hace un par de décadas o se centraba solo en grupos de población muy limitados. Ahora, el papel higiénico húmedo se ha convertido en algo habitual, desplazando a elementos tradicionales como el bidet. Sin embargo, su presencia en los hogares europeos se ha convertido en una pesadilla para sus gestores de aguas residuales. Algunas ciudades ya han retirado toneladas de sus redes de alcantarillado o visto islas de este material.

«No son tan biodegradables como el papel higiénico», apunta Herrero. El papel higiénico 'de siempre' ya no llega a la depuradora, apunta, algo que no ocurre con ellas, incluso con aquellas de diseño más reciente y más biodegradables. Como explica Gálvez, hasta 2021 no estaba regulada la composición de estos productos, que necesitan algo más que celulosa (de lo que está hecho el papel higiénico) para ser más resistentes y no romperse. Ahora, incluso si son biodegradables no lo hacen en 24 horas, que es lo que tardan en llegar a la depuradora y convertirse en un problema para sus gestores.

Al final, todo lo que suponga meter residuo sólido urbano en el circuito del agua es un problema, porque se convierte en un añadido que no debería estar ahí. Todas esas cosas deberían acabar en un cubo de basura.

Es también lo que deberíamos hacer con los pelos cuando limpiamos un cepillo o los sacamos del desagüe. Aun así, su presencia en las aguas residuales es casi inevitable. «Siempre han estado ahí», reconoce Herrero, puesto que son algo bastante difícil de bloquear desde las casas. De media, indica Gálvez, perdemos unos 120 pelos cada día. «A una depuradora llegan muchas pelucas», sintetiza, no considerándolos un problema grave.

A todo esto, hay que sumar los residuos industriales y de limpieza (que ya están más controlados que en el pasado) o el efecto que pueden tener los productos farmacéuticos. Martínez explica que hay quienes tiran por el váter aquellos medicamentos que ya no van a usar (el lugar para depositarlos es el punto Sigre de las farmacias) y Gálvez habla de la sobremedicación de la ciudadanía española. De una manera o de otra, esto lleva al agua sustancias farmacéuticas que no deberían estar ahí y que pueden en algún momento convertirse en un problema.

Los retos del agua

El problema que suponen estas sustancias es, básicamente, el mismo que suponen otros vertidos. Rompen el equilibrio del agua y hacen más complejo volver a llevarla a cómo debería ser. Los elementos sólidos, como las toallitas o los preservativos, atascan las bombas y paran los procesos de depuración del agua. Eso tiene «un impacto ambiental importante».

Por ello, educar a la ciudadanía es una de las prioridades de los equipos de gestión del ciclo de agua. Necesitan que dejemos de pensar que el proceso es casi magia. No nos imaginamos todo el proceso que hay detrás. «Lo vemos en las visitas», reconoce Gálvez. Para que abramos un grifo y tiremos de la cadena, se necesitan infraestructuras y personal manteniéndolo a punto. Solo en el Canal de Isabel II trabajan unas 1600 personas.

Además, como recuerda su responsable de medioambiente, no hacer bien las cosas «tiene coste para todos»: para el ciudadano que tiene que desatascar las cañerías de casa, para las comunidades de vecinos que cada vez deben afrontar más problemas de atascos y para el alcantarillado. El alcantarillado tiene también que gestionar el impacto de las lluvias intensas, que desbordan previsiones y arrastran a las estaciones depuradoras todo lo que pillan por la calle.

Por eso, gestionar el ciclo del agua es cada vez más importante. Se hace ya con monitorización, soluciones tecnológicas que van diciendo en tiempo real qué pasa con el agua, adelantándose a los problemas y gestionando qué ocurre. Las herramientas de Idrica, por ejemplo, usan sensores, algoritmos e inteligencia artificial para comprender mejor sus flujos y, por ejemplo, adelantarse a un pico de llegada de aguas a las depuradoras o captar vertidos.

Igualmente, hay que pensar en el agua cuando se trabaja en cómo deben ser las urbes. «Es fundamental que la ciudad se convierta en una ciudad esponja», apunta Gálvez, que lo ejemplifica con algunas de las cosas que ya se están haciendo en la Comunidad de Madrid, como la creación de depósitos de tormentas o el uso de suelos porosos que filtran el agua, no sobrecargan el alcantarillado y recargan los acuíferos.

Y, no menos importante, los expertos en la materia reclaman el valor de las aguas residuales. «Uno de los grandes retos en transformar las depuradoras es convertirlas en biofactorías», apunta Martínez. «Tienen mucho potencial», sintetiza. No solo por las aguas residuales en sí, cada vez más importantes en un contexto de estrés hídrico, sino porque «se puede ir más allá».

«Del agua residual nos gustan hasta los andares», bromea Gálvez. Ellos ya extraen de ellas biogás, con el que aspiran a llegar a ser autosuficientes en consumo de energía en algún momento, pero también han creado una red de agua regenerada que ya se usa —y que es uno de los usos claros que se le ve a este tipo de productos, porque, como apunta el experto, no tiene sentido despilfarrar agua potable para hacer cosas como lavar las calles— o vías para recuperar el fósforo del agua. Los lodos de las depuradoras ya llevan 40 años usándose como fertilizante.

Recuperar fósforo o nitrógeno son opciones, pero también se podrían recuperar metales. Como señala Martínez, ahora mismo las empresas están tirando con sus aguas productos que no usan y que son valiosos.

Pero incluso la propia gestión de las aguas puede afrontarse de muchas maneras. El proyecto NICE, en el que trabajan en CETIM y que va a empezar a aplicarse en pilotos en varias ciudades, usa a la propia naturaleza para hacer biorregenaración. Son las plantas las que se encargan de regenerar el agua, con lo que las aguas residuales son una llave —otra más— para reverdecer las localidades.

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