De Miss España a más
Misses hay dos: la Miss que va a más y la que al rato se vuelve a su pueblo, quizá hasta contenta

Misses hay dos: la Miss que va a más y la que al rato se vuelve a su pueblo, quizá hasta contenta. Luego está la que acaba de ser titulada, Andrea Huisgen, Miss España 2011, que es joven promesa, como todas.
Lo frecuente es que la Miss vaya a más, naturalmente, y ese ascenso se logra enseguida con un cambio de peluquero o un guateque de deshora donde haya un metrosexual del Real Madrid. O mejor con las dos cosas juntas. Hoy celebramos a la recientísima Andrea Huisgen, que es barcelonesa, a pesar del nombre medio sueco, y que presenta el exotismo de hablar cinco idiomas europeos, pero de verdad, cuando lo habitual, en estas criaturas fascinantes, es que hablen español tropezado, tirando a jaleo, como si fueran extranjeras.
Un violín de belleza
Por lo demás, resulta Andrea todo un violín de belleza con ganas de pillarle marcha al empleo. La Miss sale Miss para toda la vida, sólo que algunas hacen carrera y otras no, como los ministros. Si miramos a izquierda y derecha, resulta que vemos a todas las Misses colocadas, unas en culebrones de diseño, otras de musas de tómbolas, y algunas en el bolo autonómico de la moda o las discotecas, que siempre es un pico. Al pueblo suelen volver pocas. Al pueblo o bien al novio de provincias, que suele ser lo mismo.
Carmen Cervera, por ejemplo, pasó de ser mujer objeto a ser mujer objeto de arte, como un Picasso o un Renoir, pero en vivo, de las largas colecciones de vitola que ella avala o regenta. Bárbara Rey, otra titulada en hermosuras, le dio mucho oficio a sacar el muslo de jamón sexual en las pelis de la época, y luego se metió a esposa de Angel Cristo, con secuelas que resultaron un circo más allá del circo.
Amparo Muñoz llegó a auparse como la más bella del universo, con carnet acreditativo. Luego vino lo que vino. En síntesis, giras por los despeñaderos de la droga dura y algún trabajo de actriz con más talentos que disciplinas. Fernando León de Aranoa le dio un papel en «Familia», y comprobamos lo que ya sabíamos: que Amparo podía ser cualquier cosa, menos Miss. Era la única que maldecía ese destino de campeona de los bikinis, que para ella siempre significó un fracaso. Se perdió joven, y desaprovechada.
Cito aquí algunas de las mujeres más o menos gloriosas que ilustran el álbum de las guapas nacionales y oficiales, por concurso. Ese álbum lo abrió Pepita Samper, allá por el 1929, cuando la corona se llamaba «Señorita de España», con gala celebrada en la sede de este periódico. Y este álbum casi lo cerró Melchor Miralles, ese forajido con fular dandi, que le pegó el cerrojazo al concurso, allá en el 2002, denunciando trapicheo en un programa histórico de televisión. Trapicheo y tongo. Estuve yo ahí, y hasta dimitió en directo el abogado del negocio, incapaz de soportar tanta verdad, porque la verdad es el escándalo que ocupa a Miralles, desde siempre.
Hacer inventario
Luego la cosa ha ido tirando como ha podido, hasta hoy. Haciendo inventario de Misses provechosas nos salen Helen Lindes, Remedios Cervantes o Esther Arroyo. Algunas son reincidentes en novios de portada, como Eva González, que ha enamorado a dos cotizados y codiciados, Iker Casillas primero, y Cayetano Rivera después. Se ha hecho, a rachas, anecdotario de estos concursos, pero no se ha dicho que Maite Zaldívar, la rubia de Julián Muñoz, fue Miss Autoescuela, de jovencísima, por encima de Norma Duval, que también se presentaba a ese galardón de Berlanga.
A todas se les cae la corona, en la apoteosis de la celebración, y la ganadora suelta la lágrima preceptiva, cuando debieran llorar las que han perdido. A partir de ahí, a hacer la rara carrera de no quedarse sólo en el jarrón con mejor minifalda de las fiestas de la temporada.
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