ARTE
Las luces atrapadas
El Museo Patio Herreriano ofrece un merecido homenaje al Grupo Simancas, oasis de artistas que presentó la modernidad escamoteada en la Dictadura de Franco, reivindicando lo propio y lo local como identidad universal
El milagro del grupo Simancas encuentra por fin lugar para un reconocimiento público, durante tanto tiempo debido y tantas veces postergado. La exposición retrospectiva comisariada por Fernando Gutiérrez Baños, que puede disfrutarse en el Museo Patio Herreriano, acaso no sea todo lo completa y minuciosa que los adeptos locales, enamorados de sus respectivas obras y personas, testigos presenciales —incluso— de sus biografías, esperaran. Pero es prácticamente imposible sorprender a Valladolid con una muestra retrospectiva del grupo Simancas. La ciudad aprendió a visitar exposiciones de su mano y cabe reconocer a estas alturas que no ha dudado en incorporar, con comprensible orgullo, la iconografía de todos ellos a su propio acervo colectivo. Pocos serán quienes guarden silencio entre el Duero y el Pisuerga si en el aire flota el nombre de algún miembro del mítico grupo, una suerte de samuráis consagrados al arte con la vocación de los clérigos y la dignidad de los obreros; ambas virtudes unidas en su empeño de vivir para y por el arte.
La exposición es fundamental para entender la complicidad que hubo entre todos ellos, pues acaso nunca antes había convivido de este modo el resumen cronológico de todas sus trayectorias. Ha habido, claro está, numerosas ocasiones en que su trabajo se cruzó y compartió sala, incluso incertidumbre de una posible venta entre las paredes de Castilla, Arcón A-7 y otras tantas galerías. Esto ha de saberlo muy bien «Jacobo». Pero de la facilidad propiciada en las dos grandes salas del Museo, destinadas a su exposición, surge una delicada urdimbre de vínculos que una observación atenta puede ver con nitidez.
El conjunto de pinturas asoma con orden y claridad al legado de los seis artistas, a las claves de su obra individual. Sin embargo, no es este el objeto principal de la muestra, pues tampoco esta influencia, más cercana al trabajo diario y a la investigación, fueron determinantes en su relación. Lo que a mi juicio se impone, en este caso, es el retrato colectivo logrado gracias a la impronta sociológica y cultural que encarnaron con su actividad. Este es el mayor desafío de una exposición que dispone de una muestra, escueta pero determinante, de la obra de Domingo Criado, Fernando Sabadell, Jorge Vidal, Gabino Gaona, Cuadrado Lomas y Fernando Santiago —Jacobo»—, integrantes del grupo, artistas guarecidos de la gris atmósfera propiciada por el chubasco permanente del franquismo bajo el acogedor techo de la librería «Relieve» donde se dejaban envolver por las palabras y las ideas de Blas Pajarero.
El visitante podrá deleitarse no solo con una muestra de su obra sino con una recopilación de las huellas gráficas que su inagotable actividad artística producía. Carteles, folletos, octavillas, ilustraciones…, los miembros del grupo se promocionaban los unos a los otros, practicaban toda suerte de actividad plástica relacionada con la literatura y el pensamiento o colaboraban, en mayor o menor medida, con la prensa local. Digna de mención es, en este caso, la continuada presencia de Criado durante los setenta en El Norte de Castilla, gracias a sus inolvidables viñetas, o las ilustraciones que Gaona y Cuadrado Lomas realizaron, junto con Estévez, para artículos de Enrique Gavilán Estelat, otro de los cobijos que la luminosa presencia de los pintores del grupo pudo aprovechar y agradecer gracias a sus críticas que acercaban su obra al público lector. Tampoco ha de olvidarse la contribución de las galerías vallisoletanas, entre las que han de señalarse «Castilla» y «Arcón A-7», esta última de «Jacobo» —uno de los miembros— que formaron el último y necesario pilar para permitir su pervivencia y su evolución.
Contra el sopor provinciano
Todos ellos protagonizaron el fervor artístico de una ciudad que una década anterior había visto partir, con orgullo pero indudable resignación, a figuras enormes, como Capuletti, y tuvieron el coraje —sorprendente, desde una perspectiva actual— de intentar desperezarse del sopor provinciano con humildad, trabajo y curiosidad. No en vano eran asiduos a los viajes para observar y aprender, para dejarse llevar por toda la fascinación que se tropezara con sus ojos, aunque — eso sí— no solo sin abandonar nunca la tierra sino montando un fuerte para conquistarla y defenderla, para admirarla y aprehenderla a través de sus pinturas.
Homenajear al grupo Simancas en Valladolid es reconocer una de las actividades más determinantes en la vida cultural pinciana desde los años sesenta. La exposición acaricia cada una de sus obras y no oculta la compleja intención de dibujar a sus autores con ejemplos claves de su evolución pictórica. Así, puede deleitarse el espectador con un Domingo Criado paisajista, cubista y expresionista abstracto, capaz, sin embargo, de traducir su personal visión del estilo de Francis Bacon en sus figuras humanas. Se pasea también Gaona entre el paisajismo, el expresionismo figurativo y la abstracción hasta estallar en luz y color. Sabadell junto el orden de sus acuarelas, la geometría, el equilibrio…, y un Jacobo —gracias a esta retrospectiva, un descubrimiento— entregado a la investigación volandera en los cartones.
Sin embargo, hay una sala completa dedicada a la obra de los dos miembros con mayor proyección que ha dado la generosidad del grupo: Jorge Vidal y Félix Cuadrado Lomas. Sus obras se reparten el espacio con un excepcional afecto, como si no fuera la primera vez que habitan pared con pared. Allí puede contemplarse al Vidal surrealista de los setenta —tan distinto por entonces al resto, pero tan influyente—, atrapado aún en el detalle de una abstracción dialéctica; también podemos contemplar al Vidal urgente, necesitado de símbolos que por veinte años compusieran su discurso, y al últimoVidal enamorado de la materia, rendido a lo esencial de la pintura. Todo ello abrigado por la contundencia plástica de Cuadrado Lomas, por su compromiso temático, su coherencia, su determinación, su admirable capacidad para explorar rincones inhóspitos en el arte, como bien supo el grupo desde siempre.
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