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Un nuevo Thyssen en la familia

La baronesa ya se habla con su hijo por teléfono. La conversación pendiente es la que han de tener para tratar de la herencia millonaria que Borja debe recibir ahora

BEATRIZ CORTÁZAR

Lo bueno de apellidarse Thyssen es que uno se convierte en barón por obra y gracia del régimen de este título que se hereda en cada uno de los descendientes sin importar quién sea el mayor o el varón de la dinastía. Por eso, al morir Heini Thyssen-Bornemisza, Carmen Cervera seguía siendo la baronesa viuda pero a la vez aparecían como barones todos los hijos de su difunto esposo así como todas sus mujeres. De ahí que hoy Borja Thyssen sea también barón y Blanca Cuesta baronesa Thyssen, título que comparte con su suegra aunque «en España para todos la baronesa es Carmen», según me comentó Blanca quien tampoco hace ascos al tratamiento, sólo que evita más polémicas que las justas y necesarias. El pasado sábado se produjo el milagro y Tita Cervera puso un sms a su hijo para felicitarle por su 30 cumpleaños. Al leer el texto Borja le contestó con otro sms para darle las gracias y esa respuesta fue lo que motivó a la baronesa para marcar su número y hablar con él. Al primer tono, sin apenas tiempo de espera, Borja contestó a su madre desmintiendo así las palabras acusatorias de la baronesa cuando meses atrás decía que estaba cansada de llamarle y que nadie le contestaba. Más de un año sin oír la voz de su hijo y, a la primera llamada, ahí estaba Borja dispuesto a escuchar a su madre. Seguramente el inminente nacimiento de un nuevo Thyssen, el segundo hijo de Borja y Blanca, ha sido también excusa para ir preparando el camino al hospital donde habrá que hacerse la foto de familia o, por lo menos, la de abuela emocionada. Hablaron lo justo, le dijo que le quería mucho, que a pesar de todo era un amor de madre a hijo y le deseó un feliz día. La conversación pendiente es la que tienen esta semana, cuando han quedado en volver a llamarse para hablar de la herencia millonaria que Borja debería percibir ahora que ha cumplido los 30 y vence el plazo que se puso en el reparto del legado del barón Thyssen según el cual su hijo adoptivo cobraría en cuatro entregas los casi 20 millones de dólares que le dejó. Con una deuda de ese calibre no me extraña que Borja tenga unas ganas enormes de aclarar algunas cosas con su madre y de paso saber si va a ratificar la denuncia que puso en los juzgados contra su hijo, su nuera y el abogado de ambos acusándoles de un supuesto delito de revelación de secretos. En el fondo Borja cree que su madre no acudirá a los juzgados, que finalmente habrá pipa de la paz y se dejarán de historias con la Justicia. Como dije en su día, muy a su pesar están condenados a entenderse entre otras cosas porque este juicio sería la puntilla de su relación y porque la baronesa tiene pendiente cerrar el acuerdo del nuevo alquiler de su colección pictórica que vence el año que viene. Hasta el Ministerio de Cultura han llegado las quejas de Borja por conseguir lo que asegura le corresponde de su herencia (varios cuadros en el lote) y la ministra comprende que, al igual que nunca hay que alquilar un piso con un moroso dentro, en estos convenios las cosas tienen que estar transparentes entre los herederos. Cualquier impugnación sería luego un problema que ningún Gobierno se quiere comer. Los que no van a poder evitar los juzgados son Espartaco y su mujer Patricia Rato que protagonizan uno de los divorcios más duros del panorama social y eso que aún no se ha celebrado el juicio. Estos días se ha sabido que el diestro quiere vender el piso que tiene en Madrid y que Patricia pide para ella y sus hijos. En su día hubo un acuerdo privado de separación que el torero firmó aunque luego no ratificó. A ese documento se agarra Patricia para explicar que no se puede vender ese inmueble donde esperaba instalarse su hija mayor que el próximo curso comienza sus estudios universitarios. Espartaco dio orden de cambiar la cerradura porque consideraba que había demasiadas copias pero dejó una llave en el domicilio de sus suegros por si hacía falta entrar. Las razones de venta son por una parte puramente económicas para conseguir liquidez, y por la otra el rechazo de Espartaco a que su hija de 18 años viva sola en Madrid. No teniendo esa casa se instalaría con sus abuelos o en un colegio mayor.

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