La traición de los clérigos

Entre los libros imprescindibles que aquí nadie se ha atrevido a escribir está el epílogo catalán a “La trahison des clercs”, de Julien Benda, ese alegato contra los mandarines de la cultura francesa y su ecuménico afán por prostituirse al servicio de los políticos. Una tentación en la que el propio Benda acabaría cayendo tras devenir él mismo en triste compañero de viaje del Partido Comunista. Y es que el servilismo ante el poder de nuestros clérigos laicos en nada desmerece al de sus iguales franceses de cuando Vichy. Sin ir más lejos, repárese en la lista de ilustres universitarios locales que se han ofrecido gustosos a colaborar en ese espectáculo de historia-ficción que llevará por título “España contra Cataluña (1714-2014)”. Aunque parezca inverosímil, académicos con el prestigio de un Josep Fontana han prestado su nombre y el marchamo de su trayectoria intelectual para legitimar un acto de burdo “agitprop” secesionista disfrazado de respetable simposio científico. Un disparate, John Elliot “dixit”, en el que se abordarán “las condiciones de opresión nacional que ha sufrido el pueblo catalán a lo largo de estos siglos”. Que así reza el programa oficial elaborado por los funcionarios de la Generalitat llamados a teledirigir el asunto.

El franquismo inventó su anti-España, la siniestra conspiración judeo-masónico-comunista que sin tregua maquinaba arteras conjuras contra la patria. Paranoia obsesiva de la que el pensamiento hoy hegemónico en Cataluña apenas resulta mero trasunto. Al cabo, la recurrente denuncia de una fantasmagórica “catalanofobia”, ésa que no dejaría dormir a los pobladores de “Madrit” a lo largo de los siglos, constituye mimética traslación de aquella no menos espectral anti-España de la dictadura. Qué lejos los tiempos de un Jaume Vicens Vives. Qué improbable en la Cataluña contemporánea la integridad moral de un historiador célebre combatiendo contra los mitos románticos y la manipulación interesada del pasado siempre tan cara al poder constituido. Qué olvidada aquella añeja dignidad. Qué triste lo de todos los Fontana de turno.