Leffer es keynesiano
josé cargía domínguez
Esta maldita crisis ha hecho emerger de nuevo al primer plano las viejas taras incívicas del país que diseccionó Ortega en su “España invertebrada”. Se señalaba allí al débil proceso nacionalizador durante el siglo XIX como origen último de nuestra precaria identidad colectiva, esa arraigada ... querencia particularista que hace que los distintos grupos españoles antepongan por norma el interés propio al general. Nada más castizo al respecto que el gesto teatral de los diputados de la Esquerra negándose a abonar sus tributos a la hacienda común. Y es que tampoco las elites de la otra ribera del Ebro quieren pagar impuestos. Un principio programático, el del sálvese quién pueda, que ha llevado a algunos a rescatar del baúl de la Piquer a aquel famoso Laffer, el de la curva.
En su tiempo, ese Laffer ahora resucitado vino a ser algo así el Uri Geller de la macroeconomía. Al punto de que lo de doblar cucharas y parar relojes con la sola fuerza de la mente quedaba en simple juego de niños al lado de los milagrosos prodigios tributarios que prometía su doctrina. Desde que alguien patentó el ungüento amarillo no se había dado a conocer maravilla igual. Recuérdese, con alguna condición menor, la vía óptima a fin de aumentar la recaudación tributaria era bajar los impuestos. La cuadratura más gozosa del círculo. El Nirvana fiscal al alcance de cualquier Montoro. Aunque el tiempo, ¡ay!, no pasa en balde ni siquiera para el gran Laffer. Porque la música de aquel viejo roquero de la economía de la oferta aún suena muy parecida, pero ya no es la misma. Así, el “gurú” ha dado en predicar a sus nuevos devotos hispanos que conviene reducir los impuestos, aunque a condición de transigir con el déficit. O sea, que han necesitado atravesar el Atlántico para descubrir el Mediterráneo. Pues – ¡oh, sorpresa!– sucede que el primer y genuino padre intelectual de esa sensata política expansiva se llamaba… Jhon Maynard Keynes.
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