¿Existe Santa Claus?
PíoCabanillasAlonsoA finales del verano de 1897 Philip O´Hanlon daba vueltas a

Pío
Cabanillas
Alonso
A finales del verano de 1897 Philip O´Hanlon daba vueltas a su sillón intentando encontrar la respuesta más convincente a la pregunta que le dirigía su hija de ocho años, Laura Virginia, que le miraba fijamente a los ojos. O´Hanlon, un inmigrante irlandés, era médico forense en el Upper West Side de Manhattan en Nueva York, y estaba acostumbrado a no dar la espalda a situaciones difíciles, como las que se le presentaban a diario en el ejercicio de su profesión. Esta vez, sin embargo, no se sentía preparado para salir con éxito de una prueba semejante. «¿Existe Santa Claus?» En realidad, Virginia no albergaba duda sobre ello, pero las habladurías de algunos de sus amigos la entristecían profundamente y empezaban a hacer mella en sus convicciones. Además, estaba inquieta ante la reacción que pudiera tener Santa Claus a la vista de la cantidad de regalos que había recibido por su cumpleaños el pasado mes de julio.
Como en otras ocasiones en que el interés familiar sobre algún asunto reclamaba una respuesta autorizada, el doctor O´Hanlon urgió a Virginia a dirigirse a la «Sección de Preguntas y Respuestas» del New York Sun, un reputado periódico local, asegurándole que su editor le ayudaría a conocer la verdad.
La carta de Virginia no obtuvo una respuesta inmediata. Permaneció olvidada durante semanas en algún cajón de la redacción hasta que Francis Pharcellus Church, uno de los redactores del Sun y hermano del dueño -William Conant Church- decidió enfrentarse al reto.
Church, hijo de un pastor baptista, había sido corresponsal de guerra para el New York Times durante la guerra civil americana. No era de extrañar pues, que los sufrimientos padecidos durante la contienda, la crisis de valores, y la desesperanza de la sociedad de entonces provocaran de alguna forma su interés en responder. No así el del periódico. The Sun apenas dio relevancia al trabajo de Church y publicó el editorial a destiempo, el 21 de septiembre, tres meses antes de la Navidad, en séptimo lugar entre los editoriales del día, en su tercera columna, tras una noticia sobre la nueva línea ferroviaria canadiense que traería oro desde los yacimientos del Yukon, y por detrás incluso de otro editorial que hablaba a las mil maravillas de una nueva bicicleta sin cadena que estaba llamada a revolucionar la automoción.
Sin embargo, el mensaje sí que llegó al corazón de los lectores. Durante los años siguientes se hicieron más y más frecuentes las cartas solicitando la publicación del editorial antes de la puntual llegada de Santa Claus, y tras alguna reimpresión esporádica, el texto mantuvo, desde 1907 y hasta el cierre del periódico en 1950, su cita con los lectores el día de Nochebuena. Desgraciadamente Francis Pharcellus Church no vivió para disfrutar de ese reencuentro. El autor del más famoso y leído editorial en lengua inglesa falleció el 11 de abril de 1906.
Por su parte, Laura Virginia O´Hanlon Douglas llevó una vida sencilla dedicada al magisterio tras graduarse en en el Hunter College y en la Universidad de Columbia, alma mater también de Francis Church. No es de extrañar pues que todos los años la carta y su contestación sean leídas ceremoniosamente en el Campus de Columbia como parte fundamental de las celebraciones navideñas. Hasta 1971, año de su muerte, Virginia siguió contestando cartas llegadas de todo el mundo interesándose por sus experiencias y por la trascendencia de su iniciativa. Incluso tuvo que defenderse de algunos incrédulos que dudaron de la veracidad del suceso y que no quedarían convencidos hasta que en 1997 un grafólogo confirmó la autenticidad de la carta en una feria de antigüedades.
Hoy día, la historia de Virginia, el New York Sun, y el editorial de Francis Church, mantienen toda su frescura y actualidad. Su contenido ha servido de inspiración a muchos padres sin reflejos, ha sido objeto de tesis doctorales, ensayos, debates universitarios, e incluso ha llegado a convertirse en el guión de un programa de animación para televisión ganador de un Emmy. Este mismo año da título al nuevo álbum de los Dresden Dolls -un grupo musical- y a una obra de teatro. Así que no está de más dedicar unos minutos en las fechas que corren, a meditar sobre la sencilla pregunta que cualquier hijo como Virginia puede hacernos un día, y releer una y otra vez los textos como homenaje a Francis Pharcellus Church, un padre que no tuvo hijos y que supo recordarnos, a niños y mayores, verdades y valores que todos deberíamos tener siempre presentes.
«Querido Editor,
Tengo 8 años. Algunos de mis pequeños amigos dicen que Santa Claus no existe. Mi Padre dice que «si lo dice The Sun, entonces existe». Por favor, dígame la verdad, ¿existe Santa Claus?
Virginia O´Hanlon
115 Oeste, Calle 95».
«Virginia,
Tus pequeños amigos se equivocan. Les afecta el escepticismo que reina en unos tiempos escépticos. Ellos tan sólo creen en aquello que ven. Piensan que nada puede ser ni existir que no sea comprensible para sus minúsculas mentes. Y todas las mentes, Virginia, ya sean de adultos o de niños, son minúsculas. En este gran universo nuestro, el ser humano no es más que un mero insecto, con apenas el cerebro de una hormiga, en comparación con el inconmensurable mundo que le rodea, si es que fuera posible imaginar una inteligencia capaz de absorber toda la verdad y el conocimiento.
Sí, Virginia, Santa Claus existe. Existe de igual forma que el amor, la generosidad o el esfuerzo que, como tú bien sabes, abundan por doquier y llenan tu vida de felicidad y belleza. ¡Ay de nosotros!, ¡qué triste sería el mundo si no existiera Santa Claus! Sería tan triste como si no existieran otras Virginias como tú. Tampoco existiría la inocente fe de un niño, ni la poesía, ni el romanticismo, que tan tolerable hacen nuestro devenir. No habría diversión alguna más allá de nuestros sentidos, y la luz eterna con la que la infancia ilumina el mundo se extinguiría.
¿Cómo es posible no creer en Santa Claus? ¡Sería como no creer en las hadas! Podrías conseguir que tu padre encargara a un montón de personas la vigilancia de todas las chimeneas en Nochebuena para intentar descubrir a Santa Claus, pero incluso si no vieran a Santa Claus bajar por ellas, ¿eso qué probaría? Nadie ha visto a Santa Claus, pero eso no significa que no exista. Las cosas más reales de este mundo son aquellas que ni los adultos ni los niños pueden ver. ¿Has visto alguna vez a las hadas bailar sobre el césped? Por supuesto que no, pero eso no prueba que no estén ahí. Nadie puede llegar a concebir o a imaginar todas las maravillas desconocidas, o que no podemos ver, de este mundo.
Si haces pedazos el sonajero de un niño puedes llegar a ver lo que hace ruido dentro, pero hay un velo que oculta el mundo invisible, que ni los hombres más fuertes, o ni siquiera la fuerza conjunta de todos loshombres más fuertes que jamás hayan vivido, puede levantar. Tan sólo la fe, la fantasía, la poesía, el amor, el romanticismo, pueden correr esa cortina y descubrir la gloria y la belleza sobrenatural que oculta tras de sí. ¿Es todo ello real? ¡Ah, Virginia!, no hay nada en este mundo más real y permanente.
¿Que no existe Santa Claus?
¡Por Dios! Existe y existirá siempre.
Te aseguro Virginia que dentro de mil años, o mejor, dentro de diez veces diez mil años seguirá alegrando el corazón de la infancia.
El Editor».
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