Suscribete a
ABC Premium

Contra el calor Abanicos for men

Reivindicamos una semana más el abanico, pero esta vez para los señores. ¿O es que creen que es un instrumento exclusivo de las mujeres? Que algunos no se animen a llevarlo porque crean que es grande

Reivindicamos una semana más el abanico, pero esta vez para los señores. ¿O es que creen que es un instrumento exclusivo de las mujeres? Que algunos no se animen a llevarlo porque crean que es grande, difícil de guardar, afectado o que da «el cante», es otra cosa, pero la verdad es que, en una calurosa tarde de verano en Las Ventas, o ahora mismo en los estadios alemanes, seguro que muchos caballeros con prejuicios agradecen que su vecina de grada mueva el aire vigorosamente con su abanico.

Desde siempre ha habido hombres que usaban abanico. Según cuenta Arturo Llerandi -tercera generación al frente de Casa de Diego, de Madrid-, el abanico era, hace siglos, un signo de poder y de distinción masculinos. En China, los mandarines los llevaban dentro de una funda de marfil que colgaba del cinturón.

Entre duques y poetas

Más cerca en el tiempo, todos tenemos en la mente la imagen de los modistos Lagerfeld o Lacroix, con su abanico, y aquí en España nuestro referente es el Duque de Lugo, que siempre lo lleva. Pero también lo utilizan otras figuras conocidas y menos conocidas, como el profesor de Historia Ramón Serrera, el político José Rodríguez de la Borbolla, el novelista Fernando de Artacho, el anticuario Carlos Marañón...

«Pero -dice Don Jaime de Marichalar- yo lo uso, sencillamente, porque no soporto el calor y realmente me da igual si es o no sofisticado, o si es del color adecuado. No lo utilizo por moda, sino porque me resulta práctico, lo mejor cuando tengo calor. Los compro en una tienda muy típica en el centro de Madrid y siempre pequeños y negros».

En España se ha utilizado siempre el abanico entre los hombres, costumbre que luego pasó a Suramérica, sobre todo a Cuba, donde los hacendados guardaban sus abanicos en la caña de sus botas. El anticuario sevillano Manolo Morales tiene dos que pertenecieron a su familia. Uno de ellos, del siglo XVIII, es tipo pai-pai, de marfil y piel de cabritillo con pinturas muy livianas y se pliega sobre sí mismo. «Tengo otro Imperio, con el mango de ébano. En la generación del 27 lo llevaban todos. Cernuda, Aleixandre, García Lorca... todos los «pijos» y guapos de la época. Y es que siempre fue un signo un poco «pijo», incluso ahora, aunque lo que no se entiende bien es que no se utilice, sobre todo en España, con el verano subido de temperatura. Es una de esas costumbres que se han perdido, pero, quién sabe... Antes se usaba también el sombrero Panamá, que se guardaba en una caña junto al abanico, en el bolsillo delantero de la chaqueta, y ahora el Panamá parece que vuelve con fuerza».

Eduardo Carrera, abogado sevillano, tampoco comprende cómo en su tierra, con tanto calor, no se generaliza más su uso. Los abanicos ocupan poco espacio, son discretos y el aire que dan es más saludable que el de los aparatos de aire acondicionado. Él los compraba en Casa Rubio, una tienda clásica de Sevilla que cerró, «y ahora los encuentro en la calle Sierpes, siempre azules o negros, y los llevo en el bolsillo de la chaqueta o en el del pantalón».

En Sevilla, se utilizaba de Feria a Feria (desde la de abril a la de San Miguel, en septiembre) y se llevaba a los toros a juego con el color de la chaqueta. «Lo elegante -dice Morales- era abanicarse con el índice y el pulgar sin hacer aspavientos, como las mujeres».

Normas y costumbres

Arturo Llerandi, de Casa de Diego, es una autoridad en esta cuestión. Tiene 64 años y la primera vez que se puso tras el mostrador tenía cuatro. Le subió su padre a un cajón y vendió un abanico a una escritora. De la tienda (1858) decía César González Ruano que era la portasoleña por excelencia. Por fuerza sabe lo que se lleva, lo reglamentario, usos, costumbres. Podría contar historias de clientes, pero su discreción le impide dar nombres. Lo que sí nos da son unos puntos esenciales sobre los abanicos de hombre.

«Deben ser lo suficientemente grandes para dar aire, y lo suficientemente pequeños para que quepan en el bolsillo delantero de la chaqueta. Había todo un código alrededor del abanico y hay quien cree que dan un toque afectado, aunque a mí me parece que es más bien sofisticado, El hombre, a diferencia de la mujer, que lo tiene como arma de seducción, lo utiliza por práctico y funcional».

POR PATRICIA ESPINOSA DE LOS MONTEROS

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación