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De tranvía a tendedero

jesús lillo

Dice el alcalde de Jaén que va a devolverle a Griñán las llaves del tranvía que recibió de herencia del anterior equipo municipal, una infraestructura que lleva dos años terminada y que no arranca por sus ruinosas perspectivas. Lo de los trenes, pintados de verde aceituna y morado nazareno, parece que lo tiene más o menos claro el regidor, pero no ha dicho Fernández de Moya qué piensa hacer con ese inmenso y kilométrico bulevar que le salió a su antecesora, la muy desahogada y socialista Carmen Peñalver, cuya huella debería ser reconocida de manera proporcional al impacto urbano que provocó su obra maestra. Los cien millones de euros que costó el tranvía no pueden caer en saco roto: ese paseo, alfombrado de césped artificial, debe convertirse, para la posteridad y como aviso a navegantes y peatones, en un monumento a la gestión pública. Como el aeropuerto de Castellón, la televisión valenciana, las radiales madrileñas o la expo zaragozana. Agua.

El despilfarro, en forma de obras públicas, debe tener nombre y apellidos

Se estila mucho ahora, en las ceremonias de lavado de manos ligadas a los casos de corrupción política, el eslogan "quien la hace la paga", adaptación libre y coyuntural de los también tradicionales "llamar a las cosas por su nombre" o "por sus obras los conoceréis". En esas estamos. Siguiendo la costumbre franquista, luego asimilada por el felipismo, de reconocer la labor de los alcaldes con la inmortalidad callejera que proporcionan un polideportivo o una casa de la cultura, el tranvía de Jaén , como otras obras públicas surgidas en España durante los años de la impunidad, debe llevar el nombre de su creadora, para que cuando salga a la calle no tenga que decir lo de "mira, eso es cosa mía". Bulevar Carmen Peñalver o, mejor, tendedero Carmen Peñalver.

El viento de Jaén, ese airazo que tira de espaldas con la misma fuerza que la falta de vergüenza, merece una instalación permanente que le dé porte, recorrido y presencia. Carmen Pelñalver quiso un tranvía, pero se le podría haber ocurrido algo parecido a un centro de arte o, ya puestos, una bienal. Casi lo logra. Destrozó una ciudad para construir, sin quererlo, el mayor tendedero de Europa, una instalación permanente cuyo movimiento de sábanas ilustre y materialice visualmente uno de los elementos que mejor definen la ciudad que se cargó con cien millones de nada. De las catenarias deberían colgar ya las sábanas, blancas, azuleando en el aire, para trazar en Jaén el dibujo de una obra maestra con la que demostrar que del vacío también se puede aprender. Que no lo llenen con nada. Aire.

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