Vuelve Ulrich Seidl, ¡qué Cruz!

Lo primero, Ulrich Seidl, que para eso se preocupa por tensar la pantalla más que un maestro panderetero y poner los ojos en sus películas es como meter la mano en el contenedor azul de reciclar, el de los vidrios rotos. Aquí presenta a competición «Paraíso: fe» tan solo unos meses después de estar en Cannes con «Paraíso: amor» , aquel espanto hiperrealista sobre el trasiego sexual de alemanas entradas en años y en carnes con jovencitos africanos en lugares de veraneo de lujo.

La cinta pretende dar una imagen absolutamente distorsionada de lo que es la fe mediante una caricatura de los personajes, una mujer que se azota frente a la Cruz y va diciendo sandeces de casa en casa, y su marido, musulmán y paralítico. Sí Ulrich Seidl sabe o ha leído algo sobre la fe, desde luego nos lo oculta, y ofrece una visión con la altura intelectual de una despedida de soltero... Conociendo a Seidl, el interés de su película reside en acertar cuándo mostrara su típica escena de sexo cárnico y antiestético, y cuándo obligara al personaje femenino a darle un uso aberrante a la Cruz... No hay nada en esta película de Seidl que haga sospechar que sabe de lo que habla, y su acercamiento a la fe o a la religión es un puñadito de tópicos tontuelos y sus habituales y notables ganas de que hablen de lo descarnado de su cine. En este caso, descarnado y deshuesado, o sea, nada.

Pero, con la tontería ha conseguido desplazar a Ramin Bahrani y su excelente drama familiar «A cualquier precio», interpretado muy bien por Dennis Quaid y Zac Efron, padre e hijo en un entorno agrario y con un cruce de problemas personales, generacionales y morales que le cambian poco a poco el color a la trama, oscureciéndose y retorciéndose hasta acabar convertida en algo irrespirable. Bahrani ofrece un buen tapiz de colores y texturas en los personajes, muy de esa «America profunda» de la que tanto se habla, de lo sueños estancados y de los problemas mal resueltos. Esta a punto «A cualquier precio» de ser una película grata para la sobremesa, pero la amenaza y la negrura la acaban envolviendo y convirtiéndola en un pulso entre moral y cínico.

En cuanto a Spike Lee y su «Bad 25» presentada fuera de la competición, se merecería darle la vuelta a esta crónica, ponerla de cabeza abajo. Ni aparece Spike Lee en su película, dedicada en cuerpo y alma a comprender (o que comprendamos) el talento musical y lo otro de Michael Jackson. Esta centrado en su álbum «Bad», del que se cumplen ahora 25 años, y lo que ofrece, entre testimonios de todos cuantos estuvieron en el, desde Quincy Jones a Martin Scorsese, que hizo el vídeo, es una visión fabulosa del artista y hasta del ser humano. La información es abrumadora, con múltiples materiales de archivo y recuerdos, pero aún más abrumador es el sentimiento que contiene y que provoca. Y no es preciso ser bailarín para que a cualquiera se le vayan los pies de aquí para allá durante las dos horas que dura.