LEER LOS CLÁSICOS
Fausto Coppi, «El Campeonísimo»
El primer ciclista que ganó, el mismo año,el Giro y el Tour

El ciclismo nos llegaba entonces —como tantas cosas— por la radio. Así seguíamos las Vueltas a Italia y a Francia. Tardamos tiempo en aprender que se llamaban el Giro y el Tour. Los ciclistas nos parecían héroes solitarios que se enfrentaban a las mayores montañas. En realidad, eso es lo que son.
Antes de Bernardo Ruiz, Loroño y Bahamontes, oíamos por la radio las hazañas de Coppi y Bartali, los dos rivales, opuestos en todo. Gino Bartali, «el monje volador», era corpulento, ordenado, regular, católico; vivió hasta edad avanzada. Fausto Coppi era enjuto, nervioso, elegante; murió a los 40 años.
Nació en 1919 en Castellania, pueblecito de un centenar de habitantes en la provincia de Alessandria. Se subió a la bicicleta, como tantos, como repartidor de una tienda de comestibles. Le descubrió y enseñó la técnica el masajista Cavanna. Poco después lo presentó así al organizador de una carrera: «Te mando dos corredores: uno, Coppi, ganará; el otro, hará lo que pueda».
No se equivocaba. Inició su primer Giro, en 1940, como gregario de Bartali: fue el más joven en ganarlo, con sólo veinte años. Dos años después, sin una preparación específica, se enfrentó al récord de la hora en el Vigorelli de Milán; eligió la primera hora de la tarde, cuando eran menos probables los bombardeos de los aliados y acertó: su marca, 45’871 kilómetros, duró hasta 24 años después, cuando la batió Jacques Anquetil.
La guerra mundial interrumpió su carrera: apresado en África por las tropas de Montgomery, estuvo en un campo de concentración. Después retomó su carrera de éxitos, unido siempre al equipo Bianchi. En 1946 ganó la Milán-San Remo, sacando al segundo catorce minutos. Contaba la radio, en directo: «El primero, Fausto Coppi. Mientras llega el segundo, escuchemos música de baile». En 1947 ganó de nuevo el Giro y, también, el Mundial de persecución. En 1949 corrió por primera vez el Tour: perdió media hora en la primera etapa pero acabó ganando la general y la montaña. En total ganó cinco veces el Giro y dos, el Tour.
Una de sus gestas tuvo lugar en ese Giro de 1949, en una escapada en solitario, de 192 kilómetros. El periodista Mario Ferreti escribió la frase famosa: «Un uomo solo al comando». Le llamaban ya «Il campionissimo» y «El alambre», por lo delgado; pronunciando su nombre a la francesa, «Fostó»; más poéticamente, «La Garza», por su perfil. Escandalizó a Italia entera declarándose no creyente; más, cuando entabló una relación sentimental con la mujer de su doctor, Giulia Occhini (¿qué vería en sus ojos?). Hasta la pacata España de Franco llegaban las noticias de esa misteriosa «Dama Blanca» y de la relación, condenada por el Papa. Sufrió una crisis nerviosa cuando murió en accidente su hermano, también ciclista.
En 1959 participó en una carrera de exhibición y una cacería en el Alto Volta. Las películas lo muestran posando, con sombrero colonial, junto a las indígenas, medio desnudas, y jugando con los cocodrilos. Sufrió una misteriosa enfermedad, diagnosticada como malaria: falleció en 1960. Lo enterraron con su traje favorito, gris con rayas. Sobre el féretro, una gran corona de su rival y amigo Bartali. Se ha hecho famosa la imagen en que Coppi le pasaba la botella de agua, en plena escalada, diciéndole: «Toma, Gino, bebe». Hace poco, un fraile italiano difundió la noticia de que fue envenenado, como venganza por la muerte de un ciclista africano, y algunos pretenden exhumar su cadáver.
Con 1’87 de altura, pesaba sólo 76 kilos. Decían que podía hacer grandes esfuerzos porque tenía poquísimas pulsaciones. Era, a la vez, fuerte y frágil, desordenado y melancólico.
Para los italianos, es su mayor deportista del siglo XX. Muchos opinan que fue el mejor en la edad de oro del ciclismo. En una vieja película lo veo subiendo una cumbre alpina, con elegancia, con facilidad, muy concentrado en su esfuerzo: le rodean, entusiasmados, los campesinos, con boina; corren, detrás de él, los gendarmes.
Escucho una canción que le dedicó Gino Paoli: «Y va solo con una corona grande como el Izoard todavía más y va solo». Y así se pierde, solo, entre la niebla de la cumbre.
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