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David Vann, el novelista que surgió del frío y bajó a los infiernos

Tras el éxito de «Sukkvan Island», llega «Caribou Island». Como Melville, Faulkner y McCarthy, Vann ya es un grande de la literatura americana de hoy. ABC le acompañó hasta el Hay Festival de Segovia

MANUEL DE LA FUENTE

Más que capitán (que lo es) parece el corajudo contramaestre de un ballenero de Melville. Tiene los ojos azules como el mar en el que se ha pasado media vida, aunque ahora sea un marinero en tierra en el océano apresurado de la estación de Chamartín. Tiene el apretón de manos sincero de un hombre de palabra, el trato natural del que le ha mirado a los ojos a un lobo, la sonrisa franca de quien en su Alaska natal ha crecido entre osos y bosques en los que uno, como él dice, se siente siempre «vigilado».

Su sonrisa no cabe en el vestíbulo de la estación , camino del AVE que nos llevará a Segovia donde David Vann participó en el Hay Festival ayer. Tras recibir casi veinte premios y el cariño de cientos de miles de lectores por su desgarradora «Sukkvan Island» (Algaiba), llega a las librerías «Caribou Island» (Mondadori). Pero no siempre fue así. Cuando iba de puerto en puerto («echo de menos dormir en un barco, me encanta perder la tierra de vista»), el timón de su vida había perdido el rumbo. El suicidio de su padre tras una negativa por su parte a visitarle en su refugio de Alaska hizo que en su corazón creciera un sentimiento de culpa devastador. La literatura lo salvó . Y bajo las estrellas, viento en popa a toda vela, surgía el escritor. Durante diez años, la novela durmió el sueño de los justos. Pero ganó un concurso. Y el «New York Times» vio en él al heredero de Cormac McCarthy, y el barlovento del éxito cambió entonces su vida. Hasta hoy.

El novelista que surgió del frío lo lleva en sus genes: «Alaska es muy extraña, se la llama el lugar donde nacen los vientos. Un paisaje lunar, cubierto casi siempre de nieve, árido, hostil... que no, no tiene nada que ver con aquella serie de “Doctor en Alaska”, en la que todo era mentira», rememora sonriente. Bajo el túnel del Guadarrama, llega el momento de meterse en las oscuridades de la política. ¿La gobernadora Sarah Palin también es mentira? «Bueno, a ella en su programa de televisión la gustaba llamarse la mamá osa, e identificarse con los mensajes saludables de la Naturaleza. Pero un día, estaba rodando ante unos osos y cuanto más se acercaban las cámaras más se asustaba la verdadera mamá osa defendiendo a sus crías ».

Salimos del túnel y David Vann que asegura que «escribo a través del paisaje» ofrece, en paralelo a los campos segovianos que vuelan al otro lado de la ventanilla del AVE (¿será cosa de la relatividad o de los neutrinos?) su visión de la Madre Natura: «En ella se conecta con lo mejor de nosotros mismos, como les gustaba creer a los románticos ingleses, esa idea de que en ella están la inocencia y la verdad. Pero la Naturaleza también amplifica nuestros sentimientos y, si tenemos miedo, ella lo convertirá en auténtico terror». Félix Rodríguez de la Fuente decía que «Dios perdona siempre, el hombre a veces, la Naturaleza no perdona nunca». Vann no tiene dudas: «Al menos en Alaska, no es algo idílico, maravilloso y acogedor, sino terriblemente brutal».

En sus dos novelas, la presencia del medio es desoladora, encoge el alma de los personajes y estruja el ánimo del lector. En «Caribou Island», una pareja con treinta años de matrimonio a la espalda se enfrenta a sus demonios en ese infierno gélido y desolado: «Mis novelas son como obras de teatro y una isla era el escenario que precisaba porque en una isla aumenta la sensación de soledad y aislamiento. La Naturaleza es la chispa que prende las llamas de esos incendios personales como el matrimonio, la pareja, el fracaso».

A los pies de Guiomar

El AVE se detiene a los pies de Guiomar, la estación segoviana, y la mirada de David Vann brilla como la de un niño cuando contempla, como John Wayne en una de John Ford, el interminable horizonte castellano. «Me encantan los lugares así. Parecen míticos». Tal vez, Vann quiera convertir su terruño en un faulkneriano Yoknapatawpha («no se preocupe, tampoco sabemos pronunciarlo») pero bajo cero. «He leído mucho a Faulkner, y en él, como en toda la gran literatura estadounidense, el paisaje es fundamental. El paisaje exterior es el vehículo para mostrar el paisaje interior». El cine del propio Ford, el «Born to run de Springsteen» («nunca se me habría ocurrido pensarlo así»), las malas tierras de Malick, esos paisajes que hacen latir en nosotros «un tiempo ancestral, de relaciones primarias y básicas», porque al fin y al cabo, el homo tecnologicus no deja de ser «un simple y asustado mono cuando se encuentra en medio de una tormenta».

A los pies del Acueducto, un hombre de Alaska solo tiene una palabra que en inglés tiene carácter divino: «amazing», asombroso, y calle Juan Bravo arriba, camino del hotel Las Sirenas (sede del Hay Festival), Vann, no pierde ripio ni quita ojo. Tampoco la iglesia de San Martín del siglo XII se le escapa a este amante del blues. Y viendo como disfruta parece increíble que sus dos novelas alasko-isleñas se sumerjan en los abismos e infiernos de la condición humana: «Creo que al final, la vida siempre es sorprendentemente redentora y existen las segundas oportunidades. En mi caso, lo mejor de mi vida actual proviene de lo peor de mi vida pasada. Y escribir es también una redención, fue decirle que sí a mi padre». ¿Una tabla de salvación? «Yeah, yeah». David Vann está en Segovia y está en el paraíso aunque sus novelas retraten el averno: «El infierno es una construcción literaria, más que religiosa. La literatura trata de ver, de saber si somos buenos o malos».

De Vann se puede esperar que cruce el Paso del Noroeste de la gran literatura de los próximos años.

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