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«La vida es grande también con sufrimiento»

Un bebé con tumor cerebral y un joven sordo desatan momentos muy emotivos en la cita con discapacitados

Si consideramos que Jesucristo tenía predilección por los enfermos y pobres, por los desfavorecidos y por los sencillos de corazón como los niños, hemos de convenir que la visita de Benedicto XVI ayer al Instituto San José, un centro asistencial de la archidiócesis de Madrid para personas con discapacidad, fue quizá el acto con mayor contenido evangélico de todos los que componen esta Jornada Mundial de la Juventud.

«Una vida sigue siendo grande también cuando irrumpe en ella el sufrimiento», nos recordó el Santo Padre. Y añadió: «La grandeza de la Humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre... Una sociedad que no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente es una sociedad cruel e inhumana», afirmó, citando su encíclica «Spe salvi».

Pero es que, además, «desde que el Hijo del Hombre quiso abrazar libremente el dolor y la muerte, la imagen de Dios se nos ofrece también en el rostro de quien padece». Y a los familiares y cuidadores, dijo: «Vosotros sois también testigos del bien inmenso que constituye la vida de estos jóvenes para quien está a su lado y para la Humanidad entera. De manera misteriosa pero muy real, su presencia suscita en nuestros corazones, frecuentemente endurecidos, una ternura que nos abre a la salvación».

Tras este magnífico discurso, tras el canto del Gloria de Vivaldi, y antes de la ejecución del Magnificat de Bach, un joven con discapacidad física, Antonio Villuendas, pronunció ante el Papa unas palabras sentidas: «Tengo 20 años, estudio Arquitectura, nací sordo y al borde de la muerte. Gracias a mi familia, al amor que sintieron por mí, aun sabiendo que podía ser un obstáculo para sus vidas, siguieron adelante. Esto nos ha ayudado a superarnos, a no rendirnos nunca», señaló Antonio Villuendas mientras el público trataba de contener las lágrimas.

Pero el chaval fue además extraordinariamente certero en lo que añadió: «El hecho de tener una discapacidad nos ayuda a conocernos mejor, a ser mejores y sobre todo a entender los problemas de los demás».

Además de las palabras de Antonio Villuendas, resultó muy conmovedor el momento en que el Santo Padre tomó en sus brazos a un niño de 18 meses con tumor cerebral, que le acercó su padre.

Benedicto XVI se fue del Instituto San José feliz, con un cuadro que había pintado Evelin Cava, una joven con discapacidad intelectual, y con un ramo de flores que le entregó Miguel Ángel Bardera, discapacitado en silla de ruedas. Probablemente, este ha sido el acto más reducido y más bonito de la JMJ, en el patio de la Fundación San José, bajo las sombras de pinos y cedros del Líbano, a poquísimos metros del Papa y con un público reducido muy especial: 120 minusválidos, sus familiares y el personal de la fundación.

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